Columna # 947: Las raíces del liderazgo auténtico

En su niñez recogía los platos de la mesa, barría, tendía su cama, recogía la ropa del suelo y hasta el excremento del perro. En ese entorno comprendió que las expresiones de respeto y cortesía («por favor», «gracias», «sí, señora», «no, señor») eran muestras de fuerza interior y no de debilidad. Las tareas escolares eran oportunidades para crecer, no conflictos.

En su secundaria, quizá participaba en grupos de servicio comunitario. Posiblemente era deportista, miembro de clubes culturales, compartía con amigos en la calle, en la iglesia y en fiestas. Solía sostener conversaciones con ellos sobre cualquier tema; leía libros, pero la tertulia vespertina era su hábito preferido para nutrir sus ideas. ¿Le resulta familiar a usted?

Más adelante, no se «tragaba» los argumentos sin antes «masticarlos». Sabía que no siempre tenía la razón; defendía su criterio, pero se abría a otras miradas para enriquecerlo. Fue sembrando amistades reales y duraderas, de esas con las que siempre se puede contar.

Poco a poco, al madurar y relacionarse con otras personas, cosechó —sin proponérselo— esas raíces que lo distinguieron y lo llevaron a destacar. Su solidario espíritu de servicio no lo adquirió en aulas formales: lo desarrolló de la mano de quienes le educaron en su familia, su escuela y su comunidad. Ha honrado a quienes confiaron en su camino y le inspiraron.

Quizá atravesó episodios difíciles: pobreza, discriminación, abandono, errores de «juventud», dudas existenciales, desigualdad de oportunidades y crisis familiares. Nada de eso apagó su actitud reflexiva ni sembró resentimiento en su corazón. ¡Trascendió!

La adversidad no es destino. Hoy, muchos líderes auténticos «ya pasaron por donde asustan». Son como son porque supieron escuchar activamente desde niños, rectificar rumbos y guardar silencio para escuchar su voz. El silencio no apaga la mente, la ordena. Su mentalidad, sus relaciones y sus decisiones tienen una raíz sólida: su propio corazón.

Su forma de ser no se fabrica en un curso que promete transformarlo en una semana. Sus vínculos son sinceros, consistentes y sostenidos en la verdad. Y desde esa verdad elige con valentía tomar decisiones justas, aun cuando el precio que deba pagar sea alto.

No se trata, entonces, de la cuna en que se nace ni de si se creció pobre o rico. Las raíces verdaderas brotan en los valores vividos, en las creencias que se revisan, se ajustan y se corrigen con los años. Al crecer centrados en los demás, aprendieron a aquietar sus miedos, a despojarse de la arrogancia y a abrirse a las ideas ajenas sin necesidad de imponerse.

Como consultor y docente, interactúo con cientos de «jefes», hombres y mujeres. Quienes realmente destacan tienen en común su calidad humana, su humildad y su congruencia con lo que les dicta la conciencia y el corazón, sea desde la infancia o por un giro en su vida, un punto de inflexión.