De la mano del miedo, la ansiedad y la frustración ―ya esbozados en tres de las columnas sobre la gestión personal en tiempos de pandemia― vienen, en forma combinada, otras emociones: la ira, el enojo, la tristeza, la soledad, la desorganización, la desazón, el tedio… Ahora, es posible resguardar el equilibrio y la efectividad emocional mediante respuestas funcionales y solidarias.
Ira y enojo. Correr riesgos no deseados a casusa de la indebida, irreflexiva e irresponsable conducta de otros puede desencadenar actos de violencia, malestar exacerbado e inculpaciones sesgadas. Incluso, se puede caer en la tentación de obrar del mismo modo que los infractores de reglas, cometer actos de amenaza e indisciplina y afectar la salud mental del círculo más cercano.
Sin «desnudar» esta emoción, no es posible confrontar el riesgo. Lo funcional es que, ante una ilegalidad, se recurra a las autoridades competentes. Además, hay que recordar que la ira es la cara oculta del miedo y usar los recursos mentales en procura de serenidad al elegir caminos. La paz y la fortaleza interior, cultivadas como estilo de vida, diluyen la razón y la magnitud del enojo.
Tristeza y soledad. Aceptar que el distanciamiento físico y la restricción para salir de casa son ineludibles supone una carga psicológica para las personas. El vacío, el agobio, la pérdida de vínculos y rutinas, el bajo entusiasmo para iniciar proyectos y el temor a sufrir accidentes estando a solas son fruto de estas emociones. El derrotismo, la pasividad y la evasión de tareas, también.
Pase lo que pase, todo o casi todo pasará. Los efectos de una pandemia son temporales, el periodo aciago se acorta con el respeto individual de las normas sanitarias. Es crucial confiar en ello. Nadie está solo en esta crisis, eso hay que entenderlo. Los vínculos de amistad, aunque se expresan transitoriamente de manera distinta, se mantienen. ¡Estar aislados no es estar solos!
Las familias que reciben el efecto directo de una pandemia experimentan un verdadero cocktail de emociones, máxime si la fatalidad toca a la puerta. La solidaridad empieza por el fortalecimiento personal para poder ofrecérsela al prójimo con hechos, para ser el hombro firme que sostiene el dolor ajeno. Entre otras, hay dos formas de prepararse para ser ese apoyo.
Una es comprendiendo «el recorrido» natural de las emociones: al inicio, la negación de la realidad, luego el miedo a sus consecuencias, el caos inmediato, la reactivación de la marcha. Con la aceptación de las realidades, nuevos hábitos se despliegan envueltos en un halo de serenidad…
La segunda, nutriendo el equilibrio integral y la confianza. Un amplio abanico de buenas prácticas le abona a este fin. Por un lado, están el ejercicio, la hidratación, el descanso y la información en su justa dosis; por otro, la austeridad, la mesura, la adaptabilidad, la tolerancia y la flexibilidad; finalmente, el reconocimiento y la gestión adecuada de emociones, el altruismo, el autocuidado, la búsqueda y aceptación de ayuda, el contacto con la naturaleza, el control de la autoexigencia…
«Cuando las arañas se unen, pueden atar a un león», reza un proverbio etíope. La solidaridad es la mejor «contrapandemia». ¿Qué aporta usted para «atar» a la COVID-19 y su cocktail?