Errare humanum est. Sí, es verdad, pero cuando las consecuencias comprometen el bienestar de nuestros semejantes, conviene tomar conciencia de las propias acciones, aplicar el «freno», para no cometer injusticias. ¿Cuáles de las siguientes prácticas lo caracterizan a usted y a su jefe?
Verifica, no se deja llevar por aseveraciones de terceros. Pese a escuchar las sospechas o rumores que le externan personas de su círculo cercano, verifica los hechos. Antes de decidir, ahonda suficientemente en el asunto para determinar la veracidad de la información recibida.
Identifica sus sesgos y los gestiona. Pese a la antipatía que podría sentir hacia un colega o colaborador, toma conciencia de sus emociones y del riesgo de decidir conforme a estas. Repasa los reglamentos, analiza las circunstancias, consulta la opinión objetiva de un tercero…
Aplaca sus arrebatos emocionales. Reconoce la facilidad con que se altera su estado de ánimo, entonces, posterga sus decisiones hasta estar seguro de que actuará con ecuanimidad. ¿Por qué no detenernos un momento para prever nuestra reacción y sus eventuales consecuencias?
Escucha ambos lados de la historia. Reconoce que normalmente hay por lo menos dos versiones de lo sucedido, por eso nunca deja de escuchar la voz del posible afectado. Debido al peso de su criterio en el asunto, no descarta que todos los involucrados tengan algo de razón, es equitativo.
Sopesa faltas y consecuencias. Interpreta y aplica con sabiduría los reglamentos. El respeto y la magnanimidad son principios que rigen su actuar. Aunque otros lo presionen, gracias a la luz de su conciencia, si sanciona, lo hace con moderación. Los miembros del equipo se lo reconocen.
Advierte, previene y orienta. En lugar de ser un oculto cazador esperando que una persona se equivoque para arremeter contra ella, le indica lo que percibe como error y la insta a rectificar.
Habla en presencia de un testigo. En sesiones que podrían resultar tensas con un colaborador, lo acompaña una tercera persona, para obtener luego una visión correcta y neutral de su gestión.
Momento, dosis y lugar adecuado. No exhibe a los afectados por sus decisiones ni hace gala de su poder emitiendo riesgosos, inapropiados y graves juicios de valor en público. Corrige de manera categórica el error; es enérgico, directo, pero no atropella la dignidad del involucrado.
Acepta posibilidad de estar equivocado. «Siempre me guardo la carta de que yo sea quien resulte transformado en una conversación y el que deba rectificar mi juicio inicial ―indica un sensato líder de equipo―. Solo los arrogantes creen tener el monopolio de la verdad», agrega.
Los valores corporativos guían sus decisiones. La necesidad personal de reconocimiento, sus caprichos y prejuicios pasan a otro plano. Vive y pregona los principios y propósitos de la empresa. Este es el décimo de los hábitos que caracterizan a un verdadero «gerente con liderazgo». Comete errores, pero los acepta y evita repetirlos. Usted es uno de ellos, ¿cierto?