Le propongo algo, recuerde el equipo de trabajo más divertido, efectivo y cohesionado al que haya pertenecido. Aquel en el que usted fue simplemente usted, sin recurrir a aparentar nada ―ni siquiera su desconocimiento sobre un tema―, donde la posibilidad de pedir y recibir apoyo se manejaba con naturalidad. Si no es el actual, aún está a tiempo de contribuir para que lo sea…
Probablemente, en ese sinérgico equipo era común escuchar expresiones como «¿Alguien tiene una idea de por dónde empezar?»; «La verdad es que me siento nervioso por…»; «Discrepo de tus ideas, pero también te invito a cuestionar las mías»; «Esta vez usted se equivoca, jefe». Indistintamente del lugar, ¿en qué momentos es posible actuar con semejante transparencia?
Para Daniel Coyle, ensayista estadounidense, «(…) la vulnerabilidad no aparece después de la confianza, sino que la precede. Saltar a lo desconocido, cuando lo hacemos junto a otras personas, hace que la tierra firme de la confianza se materialice a nuestros pies». Esta es la razón de que, en contextos similares al descrito arriba, las personas se coloquen en una posición de fragilidad sin reparo y, por lo tanto, declaren su necesidad de ayuda con apertura y humildad.
Así, cuando una organización se enfrenta a graves riesgos por circunstancias externas, sus líderes ven en ello una oportunidad para abonarle a la cohesión interna. Lejos de ostentar una seguridad que no se posee y de aparentar que se conoce una ruta aún incierta, inducen a sus miembros a proponer sin censura, a debatir sin temor y a involucrarse en la búsqueda de respuestas.
«Quien nos lidera es uno más en el equipo, sus preguntas y sus dudas nos retan a pensar juntos. En círculo (en red) comparamos el resultado esperado con el obtenido y así extraemos las lecciones aprendidas». Este ejemplo del líder es acompasadamente emulado por sus seguidores.
Los ritos formales e informales vigorizan la interacción cotidiana, son semillas de confianza. Cuanto más conversan las personas, mejor se conocen. Al abrirse con sus historias a los demás, también desnudan sus atributos. Más allá de las posiciones jerárquicas, con los hilos de sus tristezas y de sus alegrías tejen el espíritu de solidaridad que los conecta como seres humanos.
En tiempos difíciles ―sobre todo―, es sustancial acortar distancias, aplacar egos y compartir unidos ―estrechamente unidos― el esfuerzo extraordinario, el cansancio extremo, el éxito y la frustración. Un equipo que preserva su unidad resistirá mejor las tempestades. Estas sacan a flote quién es quién. Reconocerse interdependientes para emerger crea vínculos perdurables.
Recordamos con más afecto y orgullo ―en esto seguramente coincidirá conmigo― a colegas con los que forjamos algo impensable, por desafiante que pareciera; a los que nos dijeron la verdad de frente y con contundencia, pero sin perder la nobleza. A esos que ni se escondieron ni nos juzgaron y que no dudaron en ofrecer o pedir ayuda: ¡esos leales, solidarios, ciertos… eternos!
«Ser vulnerables juntos es la única manera que un equipo tiene de volverse invulnerable», acota Coyle. La unión es la raíz; el tallo, la confianza; el fruto, la pertenencia. ¿Crece así su equipo?