Cada persona recibe y procesa estímulos externos e información. Toma decisiones que se traducen en conductas observables. Esas decisiones podrían ser inteligentes y justas; así, su comportamiento sumaría valor a sí misma y a otros. Sin embargo, eso no siempre ocurre.
El clima laboral, influido por las relaciones interpersonales, depende en gran medida de la madurez del sistema cognitivo de los miembros más influyentes. La cordura y la capacidad de detenerse a analizar las evidencias son cualidades esenciales de los líderes conscientes.
Las emociones surgen de la interpretación de lo que sucede. Si se basan en sesgos, miedos, deseos de perjudicar, aires de grandeza, iras acumuladas, envidia u otras, las acciones resultantes serán inevitablemente erráticas y tendrán un impacto negativo en los demás.
Por el contrario, una persona con un sistema cognitivo maduro no cede el «control remoto» de sus emociones. Analiza los hechos, sus creencias, verifica las evidencias, escucha a todas las partes. Actúa con ética, valentía y autenticidad al reconocer y corregir sus errores.
Una ruta aconsejable: (1) identificación de sucesos, experiencias y acontecimientos; (2) valoración, interpretación y análisis de estos; (3) emociones derivadas de esa lectura de los hechos; y (4) toma de decisiones. Desviarse de esa sabia trayectoria, causa «accidentes».
La desmedida ambición de poder desemboca en atropellos contra la dignidad ajena, en manipulación y autoaplauso, especialmente cuando controlan beneficios, posiciones y protección. Por esa avaricia, cualquier cuestionamiento se magnifica o exagera, se convierte en una excusa para arremeter contra quien se atreve a cuestionar algo.
Claro, ¿quién no siente ira cuándo se le afecta?, ¿quién no experimenta tristeza ante una pérdida?, ¿quién no siente miedo ante la incertidumbre? La manera y la intensidad con que se interpreta un hecho, real o imaginado, influye directamente en la emoción que se detona.
Existen momentos, como el cierre o el inicio de un año, así como el aniversario de nacimiento, que son propicios para hacer una pausa profunda y reflexionar sobre nuestra forma de interpretar la realidad. Quizás esto nos permita tomar mayor conciencia y «reprogramar» en cierta medida nuestras reacciones frente a los estímulos externos.
Si tuviéramos la disciplina de hacer pequeñas pausas para valorar antes de decidir y actuar, seguramente elevaríamos el grado de acierto en lo que es justo y correcto. Ahora, esto solo será posible si aceptamos con humildad que somos propensos al error y si nos observamos.
Sobrerreaccionar ante un hecho o una persona equivale a regalar el control de nuestras respuestas, algo que a menudo lamentamos. Cultivar momentos de serenidad, autoanálisis y reconsideración mitiga los secuestros emocionales —que todos experimentamos— y viabiliza actitudes más constructivas y trascendentes en beneficio de la sana convivencia.
El clima laboral, influido por las relaciones interpersonales, depende en gran medida de la madurez del sistema cognitivo de los miembros más influyentes. La cordura y la capacidad de detenerse a analizar las evidencias son cualidades esenciales de los líderes conscientes.
Las emociones surgen de la interpretación de lo que sucede. Si se basan en sesgos, miedos, deseos de perjudicar, aires de grandeza, iras acumuladas, envidia u otras, las acciones resultantes serán inevitablemente erráticas y tendrán un impacto negativo en los demás.
Por el contrario, una persona con un sistema cognitivo maduro no cede el «control remoto» de sus emociones. Analiza los hechos, sus creencias, verifica las evidencias, escucha a todas las partes. Actúa con ética, valentía y autenticidad al reconocer y corregir sus errores.
Una ruta aconsejable: (1) identificación de sucesos, experiencias y acontecimientos; (2) valoración, interpretación y análisis de estos; (3) emociones derivadas de esa lectura de los hechos; y (4) toma de decisiones. Desviarse de esa sabia trayectoria, causa «accidentes».
La desmedida ambición de poder desemboca en atropellos contra la dignidad ajena, en manipulación y autoaplauso, especialmente cuando controlan beneficios, posiciones y protección. Por esa avaricia, cualquier cuestionamiento se magnifica o exagera, se convierte en una excusa para arremeter contra quien se atreve a cuestionar algo.
Claro, ¿quién no siente ira cuándo se le afecta?, ¿quién no experimenta tristeza ante una pérdida?, ¿quién no siente miedo ante la incertidumbre? La manera y la intensidad con que se interpreta un hecho, real o imaginado, influye directamente en la emoción que se detona.
Existen momentos, como el cierre o el inicio de un año, así como el aniversario de nacimiento, que son propicios para hacer una pausa profunda y reflexionar sobre nuestra forma de interpretar la realidad. Quizás esto nos permita tomar mayor conciencia y «reprogramar» en cierta medida nuestras reacciones frente a los estímulos externos.
Si tuviéramos la disciplina de hacer pequeñas pausas para valorar antes de decidir y actuar, seguramente elevaríamos el grado de acierto en lo que es justo y correcto. Ahora, esto solo será posible si aceptamos con humildad que somos propensos al error y si nos observamos.
Sobrerreaccionar ante un hecho o una persona equivale a regalar el control de nuestras respuestas, algo que a menudo lamentamos. Cultivar momentos de serenidad, autoanálisis y reconsideración mitiga los secuestros emocionales —que todos experimentamos— y viabiliza actitudes más constructivas y trascendentes en beneficio de la sana convivencia.