Columna # 948: ¡Qué mentalidad la tuya, ya cambia!

¿Se lo han dicho con tono de ruego o con desesperación? En términos sencillos, el trato a los demás se sustenta en supuestos y creencias sobre nosotros mismos. Unas brotan del «corazón» y otras de la mente. A esa combinación se le podría llamar «mentalidad» y suele ser decisiva en el desempeño, en el liderazgo y en las relaciones. Nada se juega afuera.

Todos conocemos a alguien que ostenta altos cargos, cierta credibilidad o notoriedad profesional, de léxico pulido y gran habilidad para acumular poder e influencia. Tiene, sin embargo, un rasgo revelador: cree tener siempre la razón y se precipita al juzgar sin sustento.

En el otro extremo, está quien sostiene un discurso persistente de descalificación: «Yo no puedo, eso no es para mí, jamás lo lograré, no lo merezco», y más. Su «mentalidad» explica su rendimiento limitado, su avance lento y forzado; por eso se retrae de las oportunidades.

Cuando la mentalidad es adicta al ego, a la imagen social, al aplauso y a la exposición constante, los «likes» se vuelven el peligroso indicador de valía para quienes se exhiben más como personajes que como personas. El riesgo está en jugar el partido equivocado, como se dice popularmente. Ahí se pierde la valía. No todo brillo es luz; no todo aplauso dignifica.

En cambio, quienes se ocupan de «crecer por dentro», cultivando su ser interior y sus pilares hondos, poco a poco logran influencia constructiva y real en los demás. Su fortaleza se sobrepone a la adversidad y a la bajeza ajena, simplemente la trascienden con dignidad.

¿Qué tienen en común atletas, líderes, empresarios, gente de bien? Uno, enfoque firme pese al «ruido» del entorno: saben que su propósito elevado no merece distracciones pueriles. Dos, absoluto convencimiento en su capacidad bien labrada; tres, gozan el camino.

Por eso se dice que «las grandes batallas se ganan con el corazón». Sus creencias positivas nutren la voluntad de hacer bien las cosas, aspirar al alto rendimiento y ser, simplemente, mejores que ellos mismos: servir sin obsesión por recompensas. Eso es lo que permanece.

Las personas con mentalidad constructiva reconocen que el miedo se alimenta del egoísmo, del temor a ser vulnerables, de la fobia al rechazo ajeno y propio, y de la arrogancia. Optan por la confianza y someten su ego a justa medida; no usan atajos para realizarse.

Quien posea una mentalidad basada en el desapego del monopolio de la verdad, del tener más que del ser, y centrada en propósitos superiores, evitará llegar donde no quiso estar. La obsesión por ganar algo desvía el propósito; la justicia y la autosuperación siempre recompensan.

«Has ido subiendo por la escalera del éxito y, cuando estás allá arriba, te das cuenta de que la escalera estaba apoyada en el edificio equivocado», advierte Jeffrey Marx. ¿Con qué mentalidad sube usted su escalera y hacia dónde la dirige? Ese es el partido que se juega.