Columna # 949: “¿Se considera excelente… o solo exigente?”

Tres voces reveladoras: un futbolista, una deportista y un jefe. «Cada vez que cometo un error, el entrenador me grita, me regaña y me ofende; me pongo nervioso y dejo de disfrutar el partido». «Yo me siento triste porque no soy mejor que mi mamá, que fue campeona». «Aquí los resultados lo son todo; lo demás son excusas». ¿Es esta la vía hacia la excelencia?

Tanto en el ámbito del deporte como en el de las organizaciones, hay personas con poder que destruyen la mística y alimentan un clima de miedo. Su obsesión por ganar les nubla la perspectiva y no les permite ver las consecuencias graves y duraderas de su imprudencia.

«A mis hijos nunca les exigiré ser los mejores de la clase ni que superen lo que yo he logrado; solo les propongo que siempre intenten superarse a sí mismos», se afirma en familias que comprenden el sentido edificante de la excelencia. Esa es la exigencia que educa y dignifica.

«La perfección no es alcanzable, pero si perseguimos la excelencia, podemos alcanzar la grandeza», repetía el gran entrenador Vince Lombardi. Ser mejores que nosotros mismos implica un costo: disciplina estricta y la decisión diaria sostenida de hacer mejor las cosas.

Cuando ese aprendizaje se nutre de autocrítica constructiva y de la paciencia necesaria para repetir una y otra vez hasta superar lo ya logrado, la excelencia deja de ser aspiración y se convierte en hábito. Este avance ha de ser consciente, deliberado e inclaudicable.

¿Cuántos niños y jóvenes abandonan el deporte, las artes o el estudio ante exigencias irrespetuosas centradas en resultados y en un «éxito» temporal? No hay progreso sostenible sin líderes que enseñen a aprender y a hacer de la autosuperación una premisa de vida.

Los gerentes y entrenadores deportivos llevan a sus equipos a buen puerto porque logran que sus dirigidos alcancen su mejor versión. Los desafían, sí, porque saben de lo que son capaces. Cercanos, los acompañan para que lleguen a ser quienes quieren y pueden ser.

El premio al coraje, al sudor, a la renuncia de distracciones y a no confundir el éxito con meros «signos de éxito» —el reconocimiento externo— lo sintetiza así Mahatma Gandhi: «La satisfacción está en el esfuerzo, no en el logro. El esfuerzo total es la victoria completa».

La obsesión por ganar a toda costa, por ser superior al otro, compararse y recriminar sin razón siembra el miedo a fallar, dispersa la atención y genera bloqueos persistentes. Ganar bien es la cosecha de un camino arduo. Con atajos no se gana: no todo triunfo es victoria.

Quienes aspiran a equipos realizados y de alto desempeño necesitan actuar con humildad, ética y espíritu de servicio para que otros crezcan, no por ego. Deben unir a sus miembros en torno a un propósito mayor que ellos mismos y sostener, una vez más, una disciplina férrea y gratificante: centrarse en lo que sí depende de ellos y procurar ser mejores cada día; así, luego recogerán la cosecha…