«Mientras los puntos de encuentro sean mayores que los de desencuentro, aún podría permanecer en su trabajo. En el momento en que la cantidad y las razones de los desencuentros excedan a las de encuentro, cuando ya no vislumbre vientos de cambio, sabrá que es hora de partir. ¡Se amargará si no lo hace!», suelo advertir en mis seminarios de Gerencia con Liderazgo.
Por supuesto, entretanto estemos en una empresa, hay que trabajar con mística, aportar la milla extra a su propósito superior; eso es lo ético y lo que sosegará la conciencia. La lealtad es incuestionable, siempre que los principios y valores se encuentren alineados. Pocas sensaciones son tan agradables en la vida laboral como constatar la contribución a un ideal trascendente.
Eso que llamamos organización no tiene vida propia, no hablamos ni nos tomamos un café con esta para analizar las situaciones internas. Ahora, la conforman y dirigen personas, personas que, como todas, tienen virtudes y limitaciones. Ellas, con sus atinadas o erradas decisiones, terminan por influenciar el clima organizacional. Por esa razón, si no cambian, nada lo hará en la empresa.
De su habilidad para trabajar con las personas depende que aumente o merme la mística interna, que se avive la voluntad de seguir o la de saltar de un barco sin rumbo compartido. «Para tener éxito, hay que tener el corazón en su negocio, y su negocio en su corazón», asegura Thomas J. Watson, innovador expresidente de IBM. Nadie es perfecto, todos cometemos errores y, mientras ese corazón siga latiendo fuerte en la empresa, perdonaremos los de otros y los propios.
Mas cuando ese latido se escucha cada vez menos, algo no anda bien. Los síntomas de decepción comienzan a dibujarse. Se percibe que el propósito superior cambió, aunque se pregone igual. Las acciones de «los de arriba» vulneran la confianza, el esfuerzo personal se torna endeble, no se le encuentra sentido a trabajar por un fin que cambió, por uno nuevo que no detona ni la mística ni la pasión, uno que se contradice cuando se divulga de una manera y se practica de otra.
Atrevernos a dejar de formar parte de algo en lo que ya no creemos no es fracasar, por el contrario, es una manifestación de madurez y confianza en que siempre se abrirán otras puertas para cristalizar nuestro propósito existencial. En el ámbito laboral, más que buscar empleo, hay que procurar ser empleables; esto es, unir conocimientos, sabiduría y valores de cada persona.
Claro, hay condiciones económicas que considerar, familias que sostener y un mercado laboral que, por su complejidad, quizá no augura una pronta colocación. Solucionar un problema da lugar a nuevos problemas, entonces, debemos reflexionar bastante sobre el momento oportuno para dar el paso definitivo y abrazar con agrado los problemas seleccionados voluntariamente.
Si alguien debe quedarse donde no desea, por lo menos puede replantear sus motivos, reducir al máximo posible la influencia negativa de terceros y «cerrar filas» con su ética, con sus razones para tolerar en alta dosis eso que no es compatible con sus valores. Dichosamente, son más las empresas que alcanzan auténticamente el alto sentido de pertenencia de sus miembros, eso se logra debido a la congruencia de sus líderes con lo que su organización pregona. ¿Es su caso?