Una señora va al médico, él le da un diagnóstico y le receta medicamentos. ¿Qué mueve a la paciente a acudir rápido a la farmacia y a seguir el tratamiento de forma disciplinada? Usted propone ideas a los integrantes de su equipo o de su familia, ¿qué los motiva a trabajar por concretarlos con entusiasmo? ¿Lo logra usted? ¿Cómo explica las razones?
Los títulos profesionales, las posiciones jerárquicas y hasta la experiencia previa tienen su valor. Pero lo cierto es que es el fenómeno llamado «conexión» lo que permite influir positivamente en los niveles de acción de otros; es esa inspiración, difícil de describir, la que enlaza e impulsa a las personas a conseguir un mismo propósito. ¿Qué la determina?
La humildad abre puertas. Esta no implica poseer o no bienes ni sumarse o restarse atributos. Es la valoración interna y correcta de uno mismo. Es la fuente de la comprensión de que las posiciones no nos dignifican, sino que nosotros las dignificamos con lo que somos. El respeto incondicional, sin reparar en rangos, identifica a las personas humildes.
«El corazón que da gracias es feliz, porque no podemos sentirnos agradecidos e infelices al mismo tiempo», asegura el doctor Mark Hyman. Se conectan quienes expresan gratitud de manera genuina y por razones reales, con lo que cosechan una cálida y diáfana acogida.
La conexión con los demás es proporcional a la confianza que se siembra en ellos. Esta se abona con el profesionalismo, la pasión, la ética y la honorabilidad. Se fortifica a través de la rendición de cuentas, la sensatez de los planteamientos y el ejemplo de justa disciplina.
Este poderoso enlace emocional y racional florece cuando se practica la escucha activa; cuando, en un acto íntegro y transparente, el otro se siente reconocido, importante; cuando, con tolerancia y respeto, se comprenden, incluso, los argumentos más nocivos.
Es trabajoso llevar a buen puerto proyectos, familias, relaciones y organizaciones si no se ha tejido una poderosa y perdurable conexión con el corazón de sus miembros. Por eso se habla tanto del liderazgo desde y hacia el corazón. Mientras este vínculo no se teja, de poco servirán las formalidades, las órdenes y las argumentaciones nacidas en la mente.
Cuando reflexiono acerca de todos los jefes que alguna vez tuve, sobresale la imagen de uno, la de Marc Lindenberg (Rector INCAE, q.e.p.d.). Con visible interés, iniciaba nuestras conversaciones preguntando: «¿Cómo estás, dime de tu familia…?», «¿Qué tal te sientes…?» Y las terminaba indagando: «¿Qué necesitas de mí para hacer lo acordado?».
Marc se distinguía por su retadora visión, brevedad y sencillez; gozaba de mi respeto y credibilidad; sentía que compartíamos los mismos valores, eso me inspiraba a crear algo bueno. Se necesita de una chispa genuina de vida para influir en el rumbo y en la voluntad de los demás. ¿Logra usted esa sinergia y conexión real con su equipo?