Garra, valentía, entrega, pasión por ganar y fortaleza mental. Estos atributos no pertenecen solo a un equipo deportivo; también definen a un equipo en la empresa. ¿Y si mide su presencia en el suyo? La cancha y la empresa tienen más en común de lo que parece.
Scolari, técnico de Brasil, antes de conquistar el mundial 2002, les dijo a sus jugadores: «… luchar cada pelota, en cada segundo, en cada milímetro». Los decididos a ganar muestran un espíritu aguerrido: no dan nada por perdido ni se distraen con el marcador.
Las empresas con mentalidad inquebrantable semejante no se rinden, mantienen su esfuerzo a toda costa, no claudican en lo esencial: su cultura. En los momentos difíciles ponen a prueba sus discursos porque saben que son capaces de remontar la adversidad.
El nivel de energía es altísimo. Corren, «meten pierna», se protegen unos a otros en el conflicto, se imponen en cada disputa de balón. Si uno falla, todos le animan. También se exigen, incluso se «regañan». Saben que cada uno depende de todos y todos de cada uno.
En las organizaciones, la cooperación y la retroalimentación entre áreas cumplen la misma función: señalar en qué se está fallando y rectificar sin buscar culpables. Ajustan estrategias a tiempo, no esperan que las cosas sucedan solas: las provocan con verdadera solidaridad.
En la cancha, la concentración es total: solo importa el equipo, no las cámaras ni la gradería. El compromiso es con el compañero, con el objetivo y con el máximo desempeño propio. Si algo falla, todos redoblan su resiliencia, pero jamás bajan los brazos ni la determinación.
En la empresa, con una estrategia de negocios y cultura bien definida, los motores nunca se apagan. Los líderes mantienen el enfoque, redoblan la confianza en el rumbo, son leales a lo que predican: saben que su reacción en una crisis será la huella que el equipo recuerde.
El máximo esfuerzo es la marca de los ganadores. Entrenan más allá del deber y compensan carencias con tenacidad. «El perdedor se queja, el ganador entrena», recuerda José Mourinho. Si el talento genera dudas, la actitud y la disciplina inclinan la balanza con fuerza.
En el deporte, la consistencia se mide en «hambre»: del primero al último desafío. Siempre se quiere ganar más. Y no es cuestión de discursos motivacionales, sino de preparación seria, integral y constante. Esa preparación forja la confianza duradera de principio a fin.
Ni en la empresa ni en la cancha caben los egos. Quien busca ser la estrella salvadora, por un simple acto de egoísmo, termina inevitablemente jugando para el rival. «La fuerza del equipo es la de cada jugador y la de cada jugador es la del equipo», sentencia Phil Jackson.
Se gana con identidad sostenible, en partido o negocio, cuando esta se funde en el ADN de la cultura.
Scolari, técnico de Brasil, antes de conquistar el mundial 2002, les dijo a sus jugadores: «… luchar cada pelota, en cada segundo, en cada milímetro». Los decididos a ganar muestran un espíritu aguerrido: no dan nada por perdido ni se distraen con el marcador.
Las empresas con mentalidad inquebrantable semejante no se rinden, mantienen su esfuerzo a toda costa, no claudican en lo esencial: su cultura. En los momentos difíciles ponen a prueba sus discursos porque saben que son capaces de remontar la adversidad.
El nivel de energía es altísimo. Corren, «meten pierna», se protegen unos a otros en el conflicto, se imponen en cada disputa de balón. Si uno falla, todos le animan. También se exigen, incluso se «regañan». Saben que cada uno depende de todos y todos de cada uno.
En las organizaciones, la cooperación y la retroalimentación entre áreas cumplen la misma función: señalar en qué se está fallando y rectificar sin buscar culpables. Ajustan estrategias a tiempo, no esperan que las cosas sucedan solas: las provocan con verdadera solidaridad.
En la cancha, la concentración es total: solo importa el equipo, no las cámaras ni la gradería. El compromiso es con el compañero, con el objetivo y con el máximo desempeño propio. Si algo falla, todos redoblan su resiliencia, pero jamás bajan los brazos ni la determinación.
En la empresa, con una estrategia de negocios y cultura bien definida, los motores nunca se apagan. Los líderes mantienen el enfoque, redoblan la confianza en el rumbo, son leales a lo que predican: saben que su reacción en una crisis será la huella que el equipo recuerde.
El máximo esfuerzo es la marca de los ganadores. Entrenan más allá del deber y compensan carencias con tenacidad. «El perdedor se queja, el ganador entrena», recuerda José Mourinho. Si el talento genera dudas, la actitud y la disciplina inclinan la balanza con fuerza.
En el deporte, la consistencia se mide en «hambre»: del primero al último desafío. Siempre se quiere ganar más. Y no es cuestión de discursos motivacionales, sino de preparación seria, integral y constante. Esa preparación forja la confianza duradera de principio a fin.
Ni en la empresa ni en la cancha caben los egos. Quien busca ser la estrella salvadora, por un simple acto de egoísmo, termina inevitablemente jugando para el rival. «La fuerza del equipo es la de cada jugador y la de cada jugador es la del equipo», sentencia Phil Jackson.
Se gana con identidad sostenible, en partido o negocio, cuando esta se funde en el ADN de la cultura.