¿Lo que va a decir es cierto? ¿Es algo bueno? ¿Es realmente útil o necesario? Sócrates proponía filtrar nuestras expresiones con estas preguntas. El silencio consciente es también una expresión de sabiduría, especialmente en personas con alta influencia. ¿Lo practica?
Escucha reflexiva. Al callar unos minutos en una reunión intensa, tal vez se logren valorar las razones detrás de las expresiones acaloradas de los otros participantes. Se identifican emociones propias y ajenas, en lugar de entablar una batalla verbal que las intensifica.
En el silencio se reorganizan ideas, se aclaran prioridades y se reflexiona si vale la pena ganar un pulso, o si se obtiene más al evitarlo o incluso al perderlo. Permite reducir la ira, el deseo de venganza y otras emociones que agotan en todos los planos. ¿Es fácil? ¡Para nada!
No dejarse atrapar por la necesidad de aprobación externa requiere disciplina y formar el hábito de contemplar antes de intervenir. El silencio reconecta principios con intenciones y permite elegir el modo y el momento adecuados para ayudar al equipo a crecer y resolver.
Al callar por momentos la voz, se escucha el discurso interno. La confusión se reduce; las ideas tienden a ordenarse; la calma se recarga. Quizá al inicio ocurra lo contrario, pero la perseverancia en su práctica enriquece la relación con los demás. Silencio que transforma.
No debe confundirse el silencio con la pasividad. Al contrario, implica escuchar desde la calma para enriquecer el criterio propio. Es nutrir el pensamiento con la sencillez que evita suposiciones y juicios atolondrados: aplaca la arrogancia que desconecta de la realidad. No hay duda: tan dañino es hablar cuando se debe callar como callar cuando se debe hablar.
La escucha interior es primero. La persona silenciosa se reserva pensamientos, emociones, vida personal, dilemas e incluso proyectos. ¿Por qué? Porque opta por ahondar en sí misma antes de acudir a consejeros creíbles, en el momento oportuno, al tomar decisiones finales.
En tiempos actuales, resulta riesgoso convertirse en prisionero de la aprobación en redes sociales, de rendir cuentas por lo que nada a otros concierne ni interesa, y de valorarse según los «likes». Así, a veces la persona se desdibuja tras el «personaje» que supone ser.
Quienes son dueños de su silencio no son predecibles ni se sienten obligados a hacer oír sus juicios sobre todo y todos. Sus equipos, en cambio, acogen con receptividad sus ideas pensadas, y aunque no siempre las compartan, perciben respeto y profunda humildad.
Practicar el silencio consciente aporta ecuanimidad, equilibrio emocional, pausas para elegir argumentos y actuar con consideración. «El silencio es refugio del sabio y miedo del ignorante», reza el dicho. Ahora bien, como indicó Sócrates, al salir de ese refugio, hay que hablar con valentía, diciendo lo que sea cierto, bueno, necesario y útil para el bien común.
Escucha reflexiva. Al callar unos minutos en una reunión intensa, tal vez se logren valorar las razones detrás de las expresiones acaloradas de los otros participantes. Se identifican emociones propias y ajenas, en lugar de entablar una batalla verbal que las intensifica.
En el silencio se reorganizan ideas, se aclaran prioridades y se reflexiona si vale la pena ganar un pulso, o si se obtiene más al evitarlo o incluso al perderlo. Permite reducir la ira, el deseo de venganza y otras emociones que agotan en todos los planos. ¿Es fácil? ¡Para nada!
No dejarse atrapar por la necesidad de aprobación externa requiere disciplina y formar el hábito de contemplar antes de intervenir. El silencio reconecta principios con intenciones y permite elegir el modo y el momento adecuados para ayudar al equipo a crecer y resolver.
Al callar por momentos la voz, se escucha el discurso interno. La confusión se reduce; las ideas tienden a ordenarse; la calma se recarga. Quizá al inicio ocurra lo contrario, pero la perseverancia en su práctica enriquece la relación con los demás. Silencio que transforma.
No debe confundirse el silencio con la pasividad. Al contrario, implica escuchar desde la calma para enriquecer el criterio propio. Es nutrir el pensamiento con la sencillez que evita suposiciones y juicios atolondrados: aplaca la arrogancia que desconecta de la realidad. No hay duda: tan dañino es hablar cuando se debe callar como callar cuando se debe hablar.
La escucha interior es primero. La persona silenciosa se reserva pensamientos, emociones, vida personal, dilemas e incluso proyectos. ¿Por qué? Porque opta por ahondar en sí misma antes de acudir a consejeros creíbles, en el momento oportuno, al tomar decisiones finales.
En tiempos actuales, resulta riesgoso convertirse en prisionero de la aprobación en redes sociales, de rendir cuentas por lo que nada a otros concierne ni interesa, y de valorarse según los «likes». Así, a veces la persona se desdibuja tras el «personaje» que supone ser.
Quienes son dueños de su silencio no son predecibles ni se sienten obligados a hacer oír sus juicios sobre todo y todos. Sus equipos, en cambio, acogen con receptividad sus ideas pensadas, y aunque no siempre las compartan, perciben respeto y profunda humildad.
Practicar el silencio consciente aporta ecuanimidad, equilibrio emocional, pausas para elegir argumentos y actuar con consideración. «El silencio es refugio del sabio y miedo del ignorante», reza el dicho. Ahora bien, como indicó Sócrates, al salir de ese refugio, hay que hablar con valentía, diciendo lo que sea cierto, bueno, necesario y útil para el bien común.