Es normal y positivo que alguien se sienta nervioso en situaciones percibidas como amenazantes. Así se detona un estado de alerta y se activa la reacción ante el «peligro». El riesgo es que la dosis de ansiedad sea excesiva y tome el control mental prolongadamente, desatando con ello pensamientos y conductas que perjudican la salud integral. ¿De qué manera la gestionaría usted?
Este tema pone de relieve el aprendizaje de las experiencias desde la infancia. Por eso el hábito arraigado de huir, bloquear o confrontar la sensación de incertidumbre e inseguridad difiere de una persona a otra. Incluso, algunas podrían negar los síntomas de ansiedad que muestran. Clasifiquemos las respuestas en dos categorías para identificar cuál predomina en nosotros.
REACCIONES DISFUNCIONALES. Algunas de ellas son el pánico, la exageración —consciente o inconsciente— de la magnitud de la amenaza, el negativismo, el mal humor, la hipersensibilidad y las elucubraciones dramáticas crecientes. La suspicacia y la ilusión de ser infalible e invulnerable causan una desarmonía íntima que termina por afectar la calidad de las relaciones afectivas.
Algunas personas se retraen, se vuelven irritables y perturban a las demás al crear un ambiente laboral o familiar colmado de tensiones. Otras se aíslan, se paralizan y desatienden su salud. En general, estamos equipados para lidiar con tan natural emoción, ahora, cuando su expresión se sale de control de forma recurrente, quizá se ha llegado al momento de buscar ayuda profesional.
REACCIONES FUNCIONALES. Aceptar el estado de ansiedad: sentirlo y asumirlo como un aviso preventivo, en lugar de rechazarlo, tiene un efecto liberador. Anticipar escenarios posibles y visualizar respuestas genera confianza. Pocos asuntos son de vida o muerte, comprender eso es vital. Con disciplina y paciencia se enfrenta mejor una amenaza, una pandemia, por ejemplo.
Hay que cultivar la serenidad, pues no todo es controlable. Algunas veces está bien sentirse mal, y eso no es lo mismo que sufrir. Aceptar la imperfección nos reviste de la flexibilidad necesaria para fluir con los retos, para disponernos con humildad a aprender de los errores, sin caer en delirios de perfección. La interacción humana, aun la virtual, fortalece redes de apoyo mutuo.
Una respuesta positiva a la ansiedad posibilita la movilización de recursos —tales como el tiempo, el esfuerzo y las relaciones— en la dirección correcta. Facilita una actitud adaptativa: se toma distancia y se reacciona en el momento preciso, evitando complicaciones innecesarias. Desde el autoconocimiento, la paz interior y la fe en nosotros cultivamos mayor estabilidad emocional.
Según el Dr. Martín Etchevers, una pandemia incrementa el «arsenal» de reacción que posee cada persona. «Quien es un poco temeroso va a ser un poco más temeroso, quien es un poco más negativo va a sufrir más desesperanza, quien es un poco arriesgado, se va a arriesgar más. Y quien es más depresivo va a tener más desesperanza […] los que han violado la cuarentena son a los que, en general, les cuesta aceptar las normas», asegura este especialista en psicología. ¿Qué le parece si duplica sus reacciones funcionales y ayuda solidariamente a otros a hacer lo mismo? En tal caso, recuerde que las conductas altruistas son, en sí mismas, fuente de bienestar…
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Excelente don Germán. Sus comentarios verdaderamente son fuente de inspiración y de meditación. Saludos.