Cuando las expectativas de los individuos no concuerdan con los resultados obtenidos, sus emociones pueden adoptar dos rostros. Uno es edificante y favorece la actitud resiliente y productiva de intentar algo de nuevo, el otro es pesimista y sus reacciones podrían dañar a terceros y a nosotros mismos. En una pandemia, por ejemplo, ambos rostros se asoman…
La imposibilidad de controlar el impacto de factores externos en asuntos personales causa pérdidas. Se puede perder desde un proyecto valioso hasta algunas de las libertades básicas. De ahí que el modo de reaccionar también tenga dos caras: la funcional y la disfuncional.
Reacciones disfuncionales. Sus manifestaciones son la rigidez ante la urgencia de cambiar, la percepción desmedida de amenazas y la emisión de respuestas exageradas, tales como la agresividad, la exigencia de privilegios y las decisiones irracionales. La sensación de no poder satisfacer los deseos desata conductas de intolerancia e impaciencia, de rompimiento de reglas.
Incluso, hay personas que, con tal de no arriesgarse a experimentar decepciones en el cumplimiento de sus propósitos, sobrepasan la línea del respeto y sofocan a su equipo o a su familia. Exacerban las rabietas, la queja, la ira y la ansiedad. Se culpan desmesuradamente, externan sentimientos de autodesprecio y de baja autoestima. La frustración de no adaptarse les genera un estado de constante disconformidad con sus condiciones de trabajo.
Reacciones funcionales. Cuando el propósito de vida es claro, hay más paz interior y menos sobresalto ante los contratiempos, se superan las desavenencias entre metas y resultados, se es resiliente. La actitud reflexiva y serena pone de relieve el recurso interno, se depende más de la motivación intrínseca que de la extrínseca, el tiempo se orienta al desarrollo de nuevos hábitos.
Las decepciones son normales, ayudan a madurar y a crecer. Las emociones negativas son reversibles, transitorias. Los tiempos de pandemia son fuente de aprendizaje: aprendemos a lidiar con la incertidumbre… si así lo decidimos. La madurez permite convertir la frustración en una escuela, en terreno fértil para nuevos intentos, para la justa valoración de las circunstancias.
En la gestión de esta emoción, conviene distinguir entre reacción y respuesta. La primera es emocional, inmediata y parte del síndrome del sobresalto con que estamos equipados. La segunda es racional, mediata y orientable. Por ejemplo, podemos reaccionar con enojo ante la indisciplina de los que no siguen normas sanitarias, pero responder a tal actitud sin lacerar a nadie. Si comprendemos esta diferencia, pese al desencanto, seremos más funcionales.
Una perspectiva contemplativa de los efectos de una pandemia contribuye a soltar apegos, a serenar egos, a ejercer el poder de transformar un estado emocional inferior (la intolerancia) en uno elevado (la paciencia). Conocer el origen, afirma Dalai Lama, es clave «La ira nace del temor, y este del sentimiento de debilidad o inferioridad. Si usted posee coraje o determinación, tendrá cada vez menos temor y, en consecuencia, se sentirá menos frustrado y enojado». ¿Lo intenta?