Esta semana celebro un año más de «acumulación de juventud (edad)» y cinco de haberme jubilado de una de mis preciadas alma mater, INCAE. Estoy gozando de mi mejor etapa de vida profesional independiente. Hoy le expreso a usted mi gratitud por su confianza y amistad.
¿Son la gratitud y las celebraciones pilares de la cultura de su organización?
¡LO QUE SE AGRADECE…, LO QUE SE CELEBRA…!
Un día al año, solo uno, celebramos nuestro natalicio. Si lo vivimos con gratitud, nuestros semejantes lo perciben porque saben que forman parte de la razón. De manera análoga, en las organizaciones donde con genuina gratitud se celebran los éxitos de sus esmerados colaboradores, se constata que «lo que se agradece se duplica y lo que se celebra se triplica».
Muchas personas dan lo mejor de sí en la empresa, se esfuerzan y afinan su calidad en lo que hacen. Su trabajo es motivo de realización personal porque agregan valor a la vida de otros, a la de compañeros y clientes. Conseguir su objetivo trascendente es la medalla que se entregan a sí mismas. Así, pese a la falta de reciprocidad, lo celebran en silencio y lo triplican en su conciencia.
Ahora, si bien la motivación duradera siempre proviene de nuestro interior, también hay quienes valoran los símbolos de gratitud externa. Bien hacen las organizaciones que, en forma auténtica y con calor humano, incorporan en sus prácticas una serie de ritos y tradiciones para felicitar y celebrar. «Divertirse sería algo muy aburrido si todo el año fuera de fiesta», asegura Shakespeare.
Pero conocemos entidades «frías» (bueno, jefes despectivos), indiferentes al esfuerzo superior. En estas, dedicar unos minutos para congratular a quien ha dado la milla extra se considera una pérdida de tiempo. «No veo por qué aplaudir por algo que es una obligación», expresa «la envidia» al que quizá nunca ha recibido un elogio, con lo que destierra el sentido de pertenencia.
En la escuela de la vida, hallamos personas que hacen de la ingratitud una forma habitual y cruel de relacionarse, no solo con los demás, también consigo mismas. No se detienen a pensar si sus juicios son válidos o éticos. «Nada es más honorable que un corazón agradecido», enseña Séneca. A lo que agregamos que nada es tan pobre como uno malagradecido. No obstante, incluso a ellos les agradecemos que nos entrenen para ser más fuertes y fieles a nuestro propósito vital (ikigai).
Las celebraciones laborales y personales son un espacio para la reflexión, un alto en la tarea para valorar los avances y los retrocesos, las metas alcanzadas. Robustecen la razón de ser y de hacer, el sentido de la ruta elegida. Nos preparan para afrontar el éxito con humildad y la adversidad con solidaridad. Cohesionan al equipo: intensifican los lazos de confianza y de verdadera amistad.
En conmemoraciones plenas de gratitud sincera —entre familiares, amigos, compañeros y colaboradores—, no hay cálculos ni juegos de conveniencia. Es común que se exalten las abundancias sin reparar en las carencias, pues la humildad les alcanza para mirar hacia adentro…
En fechas memorables, se repasan las lecciones aprendidas en un pasado que nos describe —es cierto—, mas no determina nuestro rumbo. La escritora Melody Beattie afirma que, con gratitud, pasamos de la negación a la aceptación, del caos al orden, de la confusión a la claridad. Y añade: «… da sentido a nuestro pasado, trae paz para el día de hoy y crea una visión para el mañana».
Todos, alguna vez, escuchamos que «Lo que se agradece se duplica y lo que se celebra se triplica», multipliquemos la gratitud y, con seguridad, vislumbraremos con optimismo los nuevos retos.