¿Cuál es la intención de todo el que sobresale y compite? ¿Cómo definen los equipos su objetivo? Sea cual sea el campo, un común denominador de las teorías de la motivación es el reto; especialmente, el de alcanzar metas que, en principio, parecen imposibles. Ahora, ¿qué sucede si la meta es exageradamente alta o inalcanzable? ¿Y las consecuencias de soñar «en pequeño»?
Al visualizar un gran anhelo, se anticipa la presencia de una recompensa; de ahí que el cerebro segregue dopamina, un neurotransmisor que genera los estados competitivos para conseguirlo. Este, en dosis adecuadas, acciona un mayor caudal de enfoque en el objetivo, sin darle ventajas a las distracciones. Es un proceso motivacional que induce a arriesgar, a perseguir lo improbable.
Si bien la recompensa esperada aviva la resiliencia, una férrea disciplina de trabajo solo se consolida cuando la relación entre la expectativa de logro y la capacidad para alcanzarlo es razonable. Es entonces que se renuncia a otras actividades placenteras: surgen buenos hábitos.
En el ámbito deportivo —como en otros, el empresarial, por ejemplo—, conviene enfocarse en la «meta». Visualizarla estimula la presión sistólica que comunica al cuerpo: «¡Vamos, estamos listos para competir!». Recordar es bueno, pero confiar es mejor. Si no se tiene confianza real, íntima y honesta en esa meta, el nivel de activación puede resquebrajarse en el peor momento.
«Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre», reza un dicho. Fijarse metas de exagerado calibre o perseguir otras muy fáciles es igual de riesgoso. En el primer caso, la intención podría quedarse en simple discurso motivacional, con efectos frustrantes en el corto plazo; en el segundo, se da pie al conformismo. Hasta una virtud debe ser comedida.
No siempre se logra una meta, en cuyo caso conviene valorar qué sí se logró y qué aprendizaje de valor se extrajo, a fin de que se incorpore en el siguiente intento. De cuán profundo sea el sentido de una dependerá que se nutra la fe, perdure la intención y se duplique el compromiso.
Cuando el significado del objetivo es compartido por el equipo —cuando este toca la mente y el corazón de todos sus miembros—, lo dota de confianza en el talento grupal para concretarlo, de entereza para resistir los desafíos necesarios y de capacidad para ver luz al final de la jornada.
Es un hecho, la fuerza mental de un equipo que comparte un propósito es exponencial. Esta se multiplica y su sana positividad es contagiosa. El riesgo es que su dirigencia pierda la sensatez al valorar su potencial y sus recursos. El exceso de «motivación» termina por pasar una cara factura.
Un mundial de fútbol es una competición de alto rendimiento; las selecciones que participan en uno deben definir sus metas y enfocar su energía. Tienen cuatro opciones, todas ellas válidas y ninguna excluyente: a) dar el máximo esfuerzo y así terminar con la conciencia tranquila»; b) competir partido a partido enfocados en la meta inmediata; c) ser campeones mundiales, y si no, lo aprendido será ganancia; d) «trascender lo logrado en mundiales anteriores y superarse a sí mismos». ¿Cuál opción representa su vida personal o la dinámica de su equipo en la empresa?