Organizaciones genuinas… relaciones intencionales

Pocos factores detonan tanto la mística laboral como creer en el propósito superior de la empresa, constatar que este enrumba el comportamiento de colegas, jefes y colaboradores por igual. Lo anterior se maximiza si las relaciones internas se basan en una auténtica actitud de servicio mutuo y no en una transacción, como el que dice: «Te ayudo si me das esto…» ¿Puede la cultura de una organización descansar sobre cimientos de coordinación y cooperación reales?

¡Revisemos! Original, notoria, incuestionable, natural, leal, confiable, sensata, espontánea, voluntariosa: así es una persona genuina. En términos más populares, es «de una sola pieza», no admite dobleces. Iguales calificativos se le podrían atribuir a una organización que, sin lugar a dudas, es lo que pregona ser: la imagen proyectada hacia los clientes externos es un reflejo fehaciente de lo que sus miembros viven en el interior de esta. ¡Autenticidad!

La empresa genuina no es perfecta, tampoco infalible; incluso, podría afrontar la contradicción entre el discurso y la práctica. La diferencia estriba en que es autocrítica y, por tanto, rectifica a tiempo, no oculta ni maquilla las desviaciones de sus valores; al contrario, posee mecanismos que se activan y avisan cuando la coherencia se resquebraja, así sea algo pasajero. Claro, en estas organizaciones, nadie es reprendido por ver hacia adentro y dar la voz de la alerta. Esto tiene sus raíces profundas: un ambiente de confianza, abonado con esmero por cada colaborador.

Con frecuencia, asesoro empresas que procuran mejores resultados. Estas reconocen que el camino por transitar no son las medidas paliativas ni las acciones motivacionales. Aseguran que a la consecución de los objetivos se llega a través de un reencuentro con el propósito superior, con la identidad propia; que la mejor ruta hacia una infraestructura física que dibuje la cultura esperada parte de políticas consistentes, conductas visibles, procedimientos congruentes…

Pasar de ser una organización amorfa y desorientada a una genuina −cuando el equipo líder se compromete a ser fuente de inspiración− puede tardar por lo menos dos años. En caso contrario, ese período podría duplicarse o triplicarse. Por supuesto, la estrategia también debe tener un norte claro, mas la cultura es la alfombra sobre la que discurre cualquier plan estratégico.

El complemento y seguro de vida de una entidad genuina es que sus miembros interactúen con la intención de servir, de inspirar y de hacer mejores a los demás. Bien, hay dos tipos de relaciones: las intencionales y las transaccionales. La primera se mueve por el anhelo de dar, apreciar, crear; se asemeja al vínculo con seres amados, despojado de acciones por conveniencia. La segunda, por el deseo de obtener algo a cambio, de recibir lo mismo o más; hay una expectativa respecto a la acción del otro, lo cual no sucede en las relaciones intencionales.

Para algunos, esta combinación entre lo intencional y lo genuino puede parecer utópica o idealista. Ahora, ¿justifica eso que no haya que intentarlo? Eso es mejor que pertenecer a una entidad que invierte muchos recursos en salvaguardar su imagen de «líder» en algo y saber que en el interior de esta sus miembros están decepcionados por las incongruencias, por el trato recibido y porque no desean ser simples actores de un espectáculo transaccional, ¿no le parece?

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