Le propongo este ejercicio: imagine que todos los miembros de su empresa −y usted en primer lugar− se conducen, a lo largo de un día, tal como esperan que lo hagan los demás. ¿Qué sucedería? Ese día, cada cual actuaría como si fuese un espejo que refleja una imagen ejemplar. Las críticas estarían ausentes, en su lugar, se modelaría el comportamiento deseado en otros.
«Si no logras convencer a una persona de lo malo que está haciendo, procura hacer entonces lo bueno. La gente cree solo lo que ve», aporta el filósofo H. D. Thoreau. Desde esa perspectiva, no se trata de abocarse todo el día a disimular u ocultar las desavenencias o los errores, sino de abordarlos asertivamente; eso ya sería, per se, un camino emulable.
Hay organizaciones en las que ocasional o permanentemente impera un ambiente cargado de acciones negativas, tales como la cizaña, los rumores, las «serruchadas de piso», las decisiones revanchistas, etc. Esto es originado por las actitudes de quienes no son apoyados por la mayoría.
Estas y otras prácticas decepcionan a quienes creen en el propósito superior de su organización, en aquello que los condujo alguna vez a sentirse atraídos por su filosofía.
Y bien, ¿cómo sería su equipo de trabajo si todos actuasen como usted? ¿Son sus acciones −cotidianas o emergentes− motivo para que sus colegas y colaboradores se sientan identificados e inspirados a imitarlas? O, por el contrario, ¿preferirían tomar distancia? Nadie es infalible, perfecto ni un dechado de virtudes, eso hasta resultaría aburrido en una empresa. ¡Pero cuán grato es saber que las actitudes éticas son el vehículo de contacto en la cultura organizacional!
Cada vez más, los calendarios se saturan de festividades, el Día de los Trabajadores y el Día del Árbol son dos ejemplos. ¿Qué tal si cada empresa seleccionara una fecha para celebrar las conductas ejemplares? ¿Cómo le llamarían en la suya: «Día del Ejemplo» tal vez? Claro, el acuerdo sería que todos lo sean, que cada uno entregue su mejor versión de persona. A lo mejor el éxito de esa innovación les incite a prolongar esa «cultura» indefinidamente…
Especulemos sobre algunos efectos o beneficios de esta propuesta: alta productividad, clientes sorprendidos, reducción de errores, reuniones breves y efectivas, solución alternativa del conflicto, conversaciones poderosas entre jefes y sus equipos, confianza mutua, responsabilidad y alto compromiso con los objetivos propuestos, cooperación como regla de oro, entre otros.
Si modificamos positivamente nuestro proceder, definitivamente, crearemos la empresa deseada. Ese día, en lugar de argumentar buena intención, se actuará congruentemente; un «hoy lo haré» desplazará al «mañana mejoraré». Será un día en el que se vivencie la máxima de M. Gandhi que reza: «Sé el cambio que quisieras ver en el mundo».
Ahora bien, ¿qué hacer si su empresa no celebra este «Día del Ejemplo»? Queda una opción: que usted lo haga sin anunciarlo, que se conduzca como desea que lo hagan sus colegas, sin discursos, pues tal como lo indica Séneca: «El camino de la doctrina es largo; breve y eficaz el del ejemplo». Aunque seguramente usted ya lo hace, ¿qué le parece si duplica su esfuerzo?