«No hay fracasos en el deporte, hay días buenos y malos… Algunos días es tu turno y otros no…», respondió Giannis Antetokounmpo, jugador de la NBA, cuando le preguntaron si sentía que había fracasado al ser eliminado su equipo. «Trabajar en un objetivo no es un fracaso, sino pasos hacia el éxito», agregó. Esto es cierto, pero si se cumple con algunas condiciones. Analicemos cuáles…
En mis seminarios de Gerencia con Liderazgo, suelo formular a los participantes una pregunta: «¿Qué es lo opuesto al éxito?». Casi al unísono, todos me responden: «¡El fracaso!». Entonces, les dejo ver que lo contrario al éxito es la negligencia y que el fracaso es solo un resultado de ella.
Realizar el máximo esfuerzo y actuar con perseverancia no garantiza el logro de las metas propuestas, pero sí la dignidad en las derrotas. Negligencia es preparase a medias, pretender el éxito sin trazarse objetivos claros y sensatos; es no esforzarse y dejar todo a la suerte o a otros…
Para los verdaderos líderes, el éxito no es una línea recta, por eso conceden a sus equipos y colaboradores el derecho de fallar. Tienen avidez por aprender, le sacan lecciones a todo y las aplican con rigurosidad para seguir. Negligencia es minimizar los errores para evitar tener que cambiarse a sí mismo y así continuar en su zona de confort, con ingresos y privilegios asegurados.
También lo es creer que los triunfos vienen solos, sin hacer nada para que sucedan. He conocido a técnicos de fútbol que achacan los resultados adversos a la mala suerte, a la casualidad, a los «accidentes». He trabajado con otros que dicen: «Asumo mi error y el cambio que requerimos».
Algunas empresas padecen la reducción del sentido de pertenencia de quienes la conforman: la mística laboral decrece. Una manifestación de ello son las frecuentes desatenciones, las fallas y los atrasos recurrentes; en síntesis, el incumplimiento de la calidad ofrecida y esperada. ¿Quién dejó de hacer qué para que esto sucediera? ¿Habrán sido los jefes, los colaboradores o ambos?
«Cuando una parte del todo se cae, lo demás no está seguro», advierte Séneca. La inteligencia básica permite vislumbrar el efecto de la negligencia de un departamento o persona en el resto de la empresa. La promoción de una cultura de rendición de cuentas es socia del alto desempeño.
En ocasiones, afirmó Antetokounmpo, o la competencia lo hizo mejor o las circunstancias no se dieron a favor. Esto ocurre en todo ámbito. Pero si el éxito es a veces hijo del fracaso, la adversidad es madre de la persistencia. Aprender de quienes ganan —hoy— nos prepara para un nuevo intento mañana. Lo negligente es caer en la recriminación, sin valorar la máxima entrega de todos.
Las organizaciones serias son fieles a un propósito superior. Las conductas de sus miembros están alineadas con este porque vivencian los valores que profesan. Eso explica también la lealtad de sus clientes. En espacios así, el porcentaje de errores y de «negligencia» es fuente de aprendizaje.
Los miembros de esas empresas revisan, cada mes o cada año, tanto lo que no debieron hacer como lo que debieron haber hecho. Todo lo que les sucede son pasos hacia el éxito, diría Giannis.