Intente identificar algún logro propio, relevante que no haya dependido de su vínculo con otras personas. En mis años como consultor para diversas empresas, he constatado que la calidad de su desempeño es la cosecha de la calidad de sus relaciones internas y externas. Si usted tiene metas trascendentes, comience por evaluar de quién o de quiénes depende para alcanzarlas.
Si dirige un equipo, por ejemplo, ¿ya es consciente de que sus miembros hacen las cosas mejor cuando se sienten inspirados por su trato y no solo por sus conocimientos o poder? Reitero: «¡sienten!». «Por muy lejos que el espíritu vaya, nunca irá más lejos que el corazón», señala Confucio. La prudencia con la que se «toca» el alma de otros podría elevar su productividad.
¿Se sienten sus colaboradores reconocidos por usted? Una respuesta afirmativa multiplica sus deseos de escucharlo, aviva sus esfuerzos por comprenderlo. Si su interés en enriquecer al otro es genuino, constante e incondicional, usted cambiará dinámicas. Ellos, imbuidos de confianza, le abrirán la puerta; con madurez asumirán el logro y con solidaridad compartirán el fracaso.
Lo anterior no alude a discursos motivacionales, ni a negligencia, ni a tolerancia a la mediocridad: todo lo contrario. Es buscar los puntos de encuentro claves, es orientación estricta a resultados cuidando el cumplimiento del proceso para alcanzarlos. Implica altas dosis de influencia y hasta de exigencia, tal como sucede —soy testigo— en el ámbito del deporte de alto rendimiento.
Cuanto más cercana es una relación, más simple es el lenguaje y menor el tiempo requerido para el intercambio de argumentos. A veces, un gesto no verbal alcanza y hasta dice más. Sencillo: «Piensa como sabio, pero comunícate con el lenguaje de la gente», cita el poeta W. B. Yeats. La sencillez acorta los procesos y los discursos; alarga la comprensión y las relaciones de valor.
Cada vez que usted comparte con colegas, familiares, clientes y colaboradores, deja en ellos una huella. Si se repite la experiencia, ellos la evocarán y sus emociones fluirán en armonía con esta. ¿Qué tal si toma conciencia de que sus palabras tienen poder? Es decir: suman o restan. ¿Qué le parece asumir la responsabilidad de que con ellas no lo «apaguen» a usted en sus mentes?
Esas mismas personas son su principal fuente para optimizar el uso de su «llave». Claro, eso sucederá si se permite reconocerse imperfecto, si abraza la humildad y si comprende que su forma de ser se manifiesta en los mensajes que emite. «Pregúnteles: “¿Qué más puedo hacer, mejorar o dejar de hacer para ser un mejor líder, colega o pariente?”». Llave maestra: relaciones.
De nuevo: liderazgo es influencia, es conexión, es «communicación». La doble «m» es para resaltar su origen, del latín communicatio (-ōnis), que deriva del verbo latino communicāre. Uno de sus significados es ‘compartir’. Sí, compartimos lo que somos… Los intercambios pueden ser edificantes y esperanzadores o destructivos y dolorosos. ¡A comunicarse también se aprende!
Todos tenemos un propósito de vida: deseamos trascender, aspiramos a crecer y a hacer crecer a otros. La llave son las relaciones, ¡¿verdad que ellas explican lo que usted ya ha logrado?!