¿Y si no tuviera toda la razón?

Soltar la necesidad de tener el control absoluto, todas las respuestas y el monopolio de la verdad facilita el fluir en situaciones complejas y permite evolucionar. Aferrarse a una única interpretación, sin escuchar otras, suele ser fuente de tensión en la gestión de equipos.

Pensemos lo que pensemos la conciencia es más profunda. Ella revela los motivos reales de nuestras posturas frente a ciertos asuntos. Conviene, señalan en Oriente, observar los pensamientos como nubes en el cielo u hojas en un río: fluyen, no son permanentes. Si los tomamos como certezas, nos atrapan y terminan por desgastarnos.

¿Y si se atreviera a no tener todas las respuestas? El liderazgo no consiste en tener respuestas, sino en proponer preguntas que aviven el criterio, estimulen la sinergia de ideas, fomenten la experimentación y favorezcan la cocreación de soluciones. ¿Qué tendría de malo explorar opciones para afrontar la incertidumbre y avanzar hacia desafíos reales?

Llevar el peso de decidirlo todo desmotiva a los demás a participar y cuestionar. Además, impone una presión mental que puede afectar la salud física y emocional. Contemplar alternativas es un antídoto contra la soberbia y cultiva la semilla de la humildad.

A veces, la premura por alcanzar metas lleva, sin pretenderlo, a descuidar el sentido de pertenencia y compromiso de quienes deben lograrlas. Esto ocurre cuando no son escuchados, se subestiman sus aportes o se ignoran sus advertencias. ¿Le resulta familiar?

La cosecha es fruto de un trabajo en equipo bien conducido, donde se controla lo controlable y se aprende a bailar con lo imprevisible. Los equipos sufren si no tienen espacios para cocrear, ajustar y dar lo mejor de sí en lo que realmente está en sus manos.

Creer que se tiene toda la razón cierra las puertas al aprendizaje. Lo contrario invita a la curiosidad, imaginación colectiva y cooperación. Imponer el propio criterio como el único válido crea muros, alimenta el ego y genera conflictos que dispersan la energía personal.

Nada es permanente en las organizaciones: estrategias, estructuras, procesos y personas cambian, como todo en la vida. La sabiduría está en saber fluir, sin apegos rígidos a formas de pensar ni pretensiones de que todos actúen igual. Si el propósito superior, la ética y los valores permanecen firmes, se asumen con serenidad los cambios de rumbo y de táctica.

No es lo mismo tener la razón que ser razonable. Imponerla rompe vínculos y envenena el clima laboral, sobre todo cuando viene acompañada de descalificación e irrespeto.

«Quien escucha solo a la razón está perdido; ella esclaviza a los que no son lo bastante fuertes para dominarla», dijo George Bernard Shaw. La sabiduría radica en escuchar, dudar, ceder, negociar, aprender y participar en una evolución guiada por el compromiso colectivo.