¿Y usted quién es: la persona o el personaje?

Cada persona desempeña su responsabilidad laboral con una identidad única: nutrida por sus propios principios, emociones y circunstancias. Pero al asumir un rol específico, esa persona adopta un personaje que viene acompañado de expectativas, normas y límites. ¿Es posible hallar un equilibrio entre la esencia de la persona y el personaje que representa?

La persona es el corazón de toda empresa. Al priorizar su esencia, florecen el conocimiento mutuo, la empatía y el respeto. Las relaciones hunden sus raíces en la confianza, fomentando diálogos abiertos a la vulnerabilidad y la espontaneidad. Cada uno es quien es.

En cambio, cuando predomina un enfoque centrado en el personaje, el ambiente laboral suele ser profesional, formal y orientado en resultados, en la satisfacción de indicadores. Los vínculos se basan en las posiciones. Cada uno cumple su parte de manera efectiva.

Actuar desde la perspectiva de la persona conlleva el riesgo de que surjan conflictos entre la conciencia y los reglamentos. Los sesgos, las preferencias y las buenas intenciones pueden interferir con lo normativo, lo equitativo y lo adecuado. La objetividad se desdibuja.

Depender exclusivamente del personaje puede conducir a ignorar aspectos humanos del entorno laboral. Además, la falta de conexión emocional disminuye la mística, influye en que las relaciones sean más mecánicas y prioriza el ‘qué’ sobre el ‘cómo’.

En teoría, lograr un equilibrio entre la persona y el personaje que representamos es posible. Ahora, en la práctica, la frontera entre ambos es difusa. Quienes reconocen y armonizan a la persona y al personaje que habita en su interior también armonizan sus valores y demandas. Ni claudican en su humanidad ni comprometen su autoridad, actúan de manera justa y creíble.

Aferrarse al éxito del personaje puede conducir al olvido de la persona que lo originó. En este caso, el «éxito» derrota al ser interno. Se privilegia el bienestar externo sobre el interno; el hambre de reconocimiento y poder transforman a la persona en su personaje. Así, pierden de vista su verdadera esencia y afectan las relaciones con quienes se conectaban con ella.

La congruencia es el camino. Si los miembros de un equipo comparten valores, reconocerán lo que es correcto. Al seguir un propósito superior, sus ‘personajes’ se alinearán. Al reconocer errores y ajustar el rumbo con flexibilidad y sabiduría, alcanzan un equilibrio real.

La valentía para enmendar la fractura entre el rol y la persona, así como la receptividad a la retroalimentación, ayudan a mantener la autenticidad. Convertirse en su propio objeto de estudio y recordar quién es, previene caer en los cinco vicios que menciona la líder espiritual Dadi Janki: lujuria, ira, apego, avaricia y ego. «La actitud natural siempre luce…», asegura.

El liderazgo genuino emerge desde el interior: abarca la conciencia y la sabiduría, más que el mero conocimiento y desempeño del rol. Enaltece tanto a la persona como al personaje.

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