Le puede suceder a un equipo de trabajo o a una persona, y, una de ellas, podría ser usted. La rumiación es el enganche o fijación del pensamiento en algo específico que, sin importar si es verdadero o creado por nuestra mente, tiende a generar ansiedad, angustia, estrés y malestar recurrente. En caso de que no se detenga, las consecuencias podrían ser inimaginables. ¡Veamos!
Todo ser humano reflexiona, piensa, repiensa, analiza sus vivencias, guarda recuerdos… Esto le provoca dos tipos de sensaciones: por una parte, gozo, sano orgullo y, por otra, tristeza, nostalgia, pesar. Hasta ahí todo bien, es parte del proceso de aprendizaje y de la adquisición de madurez.
El problema inicia cuando esos pensamientos se encadenan a situaciones o ideas negativas y repetitivas, que podrían conducir incluso a la depresión. La mente va y viene por caminos ya recorridos. El círculo vicioso aprisiona: no se logra pensar en otra cosa, se procesa lo mismo una y otra vez sin encontrar salida. Desde que Susan Nolen-Hoeksema (Universidad de Stanford) articuló la teoría de la rumiación, el tema no ha dejado de cobrar vigencia, sentido y relevancia.
Según ella, el malestar es originado por la focalización excesiva en un pensamiento derivado de la acción propia o de la de otros; por reparar en hechos reales considerados injustos, incomprensibles e inmerecidos. Y sus efectos recaen en nosotros mismos. Así, a medida que la espiral de emociones acelera, en nuestro interior late un «volcán» que amenaza con explotar…
Poco a poco, casi toda idea o vivencia tiende a relacionarse con el pensamiento rumiante. Y este no viene solo, ocasiona reducción de la capacidad de concentración, aumento de sentimiento de culpa e indefensión, malhumor, descuido de la salud física, agotamiento, desesperanza, sedentarismo, pérdida de productividad, pasividad frente a las dificultades, reacción exagerada ante las insignificancias, arrebatos de ira ante lo que se perciba como amenazante, insomnio…
Algunas personas caen en la trampa de creer que las situaciones se resolverán por sí solas, no se percatan de que su rumiación las conduce hacia un laberinto que pone en riesgo su estabilidad mental y emocional. El pensamiento circular e intrusivo envuelve, y no provee soluciones. Es más, los intentos por alejarse de él suelen provocar el efecto contrario: se intensifica el desgaste.
Los especialistas sugieren prácticas para detener o reducir la rumiación, a saber: escribir ordenadamente los pensamientos para «sacar» y analizar lo que está en la mente, verbalizar y grabar lo que se piensa, ejercitar la creatividad para redirigir la imaginación y la atención, visualizar situaciones positivas, practicar algún deporte, mindfulness, meditación o recreación energizante. Además, es adecuado considerar las consecuencias futuras en caso de no modificar las creencias limitantes. Al respecto, cada persona debe identificar las que mejor le convengan.
Ahora, si ninguna de esas opciones resultase efectiva, convendrá buscar el apoyo de especialistas en psicología para transitar el sendero hacia la redirección del pensamiento. «Tu enfoque determina tu realidad», asegura Goleman; por eso, tanto equipos como personas han de decidir entre rumiar y estancarse o —con ayuda o sin esta— desengancharse y seguir avanzando…
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Extraordinario artículo, muy interesante