Visualice un hogar donde el niño «impone» qué y cuánto comer, hace caso omiso de las horas permitidas para ver televisión y sus progenitores negocian lo que es apropiado —en uno u otro caso— para que no llore. Ahora, una empresa en la que todo es negociable en exceso, donde se cede ante los caprichos de algún colaborador. En ambas situaciones, ¿quién ejerce la autoridad?
Ese es un escenario más común de lo que parece. En algunas familias, la «libertad con orden» ha sido reemplazada —en buena medida— por la complacencia, la permisividad, la contradicción. El resultado suele ser la falta de normas y, por ende, la acción sin regulación y sin consecuencias.
La vivencia de la autoridad inicia en el hogar. La ambivalencia, la falta de claridad de responsabilidades, en las familias y en las empresas, desdibuja los roles y los alcances del poder formal y no formal. Así, hay hijos dirigiendo a sus padres y colaboradores presionando a sus jefes.
Los límites se convierten en un medio relacional del niño: facilitan la convivencia dentro y fuera del hogar, la adaptación a entornos cambiantes, el ejercicio de una libertad responsable, respetuosa, segura. La ausencia de estos, en cambio, potencia los pulsos de poder para imponer la voluntad en otros: primero en los progenitores y en los pares; años más tarde, en los jefes.
«Un niño al que se le permite ser irrespetuoso con sus propios padres… jamás respetará a nadie», recalcó Billy Graham. En esa misma dirección, la actual ministra de Educación de Costa Rica, Anna Katharina Müller, apunta que «ahora no se le puede decir nada a un niño porque se convierte en agresión». Pongámonos de acuerdo: si el hogar y la escuela no enseñan límites, ¡¿quién lo hará?!
Los límites no son un obstáculo, sino una ruta. En las organizaciones, muchos problemas suceden cuando alguien sobrepasa sus límites: no mide el efecto que tienen sus acciones intrusivas o desconsideradas en otros miembros del equipo. Esto ocurre entre colaboradores, pares y jefes.
La Academia Americana de Pediatría sugiere diez prácticas de disciplina para niños, también aplicables en la empresa. Revisemos las tres primeras: 1) exprese la diferencia entre lo bueno y lo malo y modele las conductas deseadas; 2) aplique reglas claras y acordes con la madurez de quien debe cumplirlas; 3) con calma y firmeza, explique las consecuencias del incumplimiento.
Veamos cuatro más: 4) privilegie la escucha activa, no se concentre en un «castigo»; 5) préstele mucha atención, niños y colaboradores desean recibirla; 6) elogie y destaque su buen comportamiento; (7) valore cuándo reaccionar y cuándo no, permita a veces que toquen fondo.
Analicemos las últimas tres: 8) anticípese a las situaciones y a las conductas inadecuadas que pudieran presentarse, ofrézcales opciones; 9) mantenga la motivación mediante actividades creativas y desafiantes que eviten el aburrimiento, y 10) sin perder la calma, fomente pausas obligadas de unos minutos cuando se exponga la conducta incorrecta.
Los límites son catalizadores de un clima laboral de calidad. ¿Fomenta usted estas prácticas?