“La edad es solo un eco del tiempo, pero nuestra esencia se nutre de experiencia y aprendizaje acumulado”, afirman aquellos que valoran haber superado adversidades mientras construyen un legado perdurable. Al celebrar el aniversario de mi nacimiento comparto reflexiones que seguramente resuenan también en su propio cumpleaños.
Más que sumar años, festejamos la travesía. En las organizaciones, también se aprecian las caídas, los triunfos y las fortalezas adquiridas, a menudo marcadas con cicatrices. Mark Zuckerberg nos recuerda: “El mayor riesgo es no tomar ningún riesgo. En un mundo que cambia rápido, la única estrategia garantizada al fracaso es no tomar riesgos”.
Conmemorar el natalicio, personal o de la empresa, es una oportunidad para proyectar los que aún está por crearse y los proyectos en marcha. La fuerza con que lo hacemos proviene del significado que damos a lo vivido y de la pasión hacia un propósito claro y vital.
Con gratitud recibimos mensajes, regalos, expresiones de afecto. En antiguas culturas, como la griega y la romana, se creía que los cumpleaños atraían tanto a espíritus buenos como a malos. Los regalos se consideraban amuletos protectores que alejaban la mala suerte y atraían la buena fortuna. Hoy son símbolos de afecto y de lazos que nos unen.
Por eso, es aconsejable que en las organizaciones también celebren el privilegio de seguir escribiendo una historia que impacta vidas. Recordemos que lo que se agradece se duplica, y lo que se celebra se triplica.
Las arrugas son los planos de lo vivido. Cada una cuenta una historia, es un reflejo de la evolución, de la transformación, la resiliencia y el crecimiento. “Si tuviéramos que quedarnos en un solo lugar, tendríamos raíces, no pies”, dice la escritora Rachel Wolchin.
El nombre de la celebración es un número, pero su apellido es la gratitud. Al expresarla estrechamos la conexión con quienes nos importan. Al recibirla valoramos quiénes somos para los demás. Y si en el camino hemos encontrado personas dañinas e injustas, les agradecemos también. Nos enseñaron a trascender la maldad, nutrir la compasión y a no aceptar sus “regalos”.
Las personas “minimalistas emocionales” suelen rechazar estos festejos considerando triviales las expresiones afectivas. Tal vez ciertas experiencias expliquen esa actitud; pero incluso ellas no pueden evitar momentos de reflexión sobre las decisiones que han tomado.
Las celebraciones son pausas para rescatar lecciones, reforzar la autoestima, fortalecer vínculos, meditar sobre el crecimiento personal, cambiar rumbos si se desea y afirmar metas nuevas. Al “acumular un año más de juventud” debemos recordar una sabia expresión popular: “En la vida no cuenta los pasos que hemos dado, sino las huellas que hemos dejado”.
Más que sumar años, festejamos la travesía. En las organizaciones, también se aprecian las caídas, los triunfos y las fortalezas adquiridas, a menudo marcadas con cicatrices. Mark Zuckerberg nos recuerda: “El mayor riesgo es no tomar ningún riesgo. En un mundo que cambia rápido, la única estrategia garantizada al fracaso es no tomar riesgos”.
Conmemorar el natalicio, personal o de la empresa, es una oportunidad para proyectar los que aún está por crearse y los proyectos en marcha. La fuerza con que lo hacemos proviene del significado que damos a lo vivido y de la pasión hacia un propósito claro y vital.
Con gratitud recibimos mensajes, regalos, expresiones de afecto. En antiguas culturas, como la griega y la romana, se creía que los cumpleaños atraían tanto a espíritus buenos como a malos. Los regalos se consideraban amuletos protectores que alejaban la mala suerte y atraían la buena fortuna. Hoy son símbolos de afecto y de lazos que nos unen.
Por eso, es aconsejable que en las organizaciones también celebren el privilegio de seguir escribiendo una historia que impacta vidas. Recordemos que lo que se agradece se duplica, y lo que se celebra se triplica.
Las arrugas son los planos de lo vivido. Cada una cuenta una historia, es un reflejo de la evolución, de la transformación, la resiliencia y el crecimiento. “Si tuviéramos que quedarnos en un solo lugar, tendríamos raíces, no pies”, dice la escritora Rachel Wolchin.
El nombre de la celebración es un número, pero su apellido es la gratitud. Al expresarla estrechamos la conexión con quienes nos importan. Al recibirla valoramos quiénes somos para los demás. Y si en el camino hemos encontrado personas dañinas e injustas, les agradecemos también. Nos enseñaron a trascender la maldad, nutrir la compasión y a no aceptar sus “regalos”.
Las personas “minimalistas emocionales” suelen rechazar estos festejos considerando triviales las expresiones afectivas. Tal vez ciertas experiencias expliquen esa actitud; pero incluso ellas no pueden evitar momentos de reflexión sobre las decisiones que han tomado.
Las celebraciones son pausas para rescatar lecciones, reforzar la autoestima, fortalecer vínculos, meditar sobre el crecimiento personal, cambiar rumbos si se desea y afirmar metas nuevas. Al “acumular un año más de juventud” debemos recordar una sabia expresión popular: “En la vida no cuenta los pasos que hemos dado, sino las huellas que hemos dejado”.