En mis seminarios, solía pedir a los participantes que se levantaran de sus sillas y «olieran» a varios de sus compañeros, y, claro, unos se divertían y otros sentían extrañeza durante los tres minutos del ejercicio. Luego, les aclaraba que me refería al «olor» que las personas dejaban a su paso por los pasillos de su empresa. Finalmente, les proponía que analizaran tres posibilidades…
Opción 1: Huelen a futuro, a innovación y a equipo. Son personas con un «aroma de credibilidad técnica y ética», cumplen los compromisos con sus compañeros y, en lugar de revolver las situaciones, las resuelven. Cautivan con su presencia, su escucha activa y su diálogo sensato.
Quienes se les acercan reciben un «rocío de respeto y empatía» que los hace sentirse dignos y valorados, los anima a expresar las ideas más insólitas o los sentimientos más confusos. Son diáfanos, irradian aires de confianza, por eso les hablan de frente, con la verdad y sin rodeos.
Su fragancia emana positividad: piensan en el «cómo sí», empuja a conformar un equipo altamente cohesionado. La conexión con sus semejantes se esparce: ellos desean saborear la esencia de la cooperación, de los retos compartidos, del enfoque en resultados superiores.
Opción 2: Huelen a pasado, estancamiento e individualismo. Por donde pasan, dejan un rastro difuso, desagradable. Como colegas o jefes, frenan iniciativas, se aferran a lo conocido, a reglas, prácticas y actitudes obsoletas que protejan sus privilegios. Son los llamados «doctores no».
Su extracto causa alejamiento, distancia. Se desconectan de la realidad que los demás enfrentan con esfuerzo, desatienden las prioridades del equipo para centrarse en las propias. Nunca hallan tiempo para interactuar, apoyar o potenciar el desarrollo de otros. Los llaman «doctores yo».
El perfume que usan estas personas es una mixtura de aromas de baja calidad: temores, iras, complejos, aberraciones, vanidades, egos y una extensa lista que es caldo de cultivo para otros. Donde estén, el aire se torna denso; para los miembros del equipo, es hasta complicado respirar.
Opción 3: Huelen a nada… impredecibles. A veces son como fantasmas, no dejan huella; otras, como camaleones, su fragancia es extremadamente cambiante: al día siguiente, parecen ser una de las dos opciones anteriores. Claro, la pregunta que todos se hacen es a qué anda oliendo hoy.
Sus mensajes suelen ser contradictorios, incomprensibles, inexactos, inestables. Pareciera que usan diez perfumes diferentes a la vez, y el que unge su cerebro es opuesto al que penetra en su corazón. Esto explica que unos los acerquen y otros los alejen, que unos los sigan y otros no.
Los conocimientos, la experiencia y las posiciones —incluso el autoconcepto— juegan un papel relevante en el grado de influencia que usted cree ejercer (su aroma). No obstante, es la forma en la que «lo huelen» lo que determina la receptividad a sus ideas y a la relación con usted.
¿Qué tal si indaga un poco? ¿Le convendrá cambiar o conservar su «perfume»?