¿Ha tomado decisiones sin haber escuchado la versión de alguna de las partes involucradas? ¿Ha afectado a alguien por emitir juicios precipitados e infundados? Reflexionemos, con pensamiento crítico, la trama de un conocido cuento de la región de los Himalayas: «Un juez de amplia visión».
«Se requería un juez, pues el último de la localidad había muerto. Se tenía constancia de la ecuanimidad y sabiduría de un viejo yogui que vivía en un bosque cercano. Las sencillas gentes de la localidad decidieron nombrarlo juez, y he aquí que pronto hubo de celebrarse el primer juicio. Con tal motivo, una de las partes expuso su alegato. El yogui-juez, dijo:
—Tiene usted razón, toda la razón. Ahora voy a escuchar a la otra parte.
Tras escuchar a la otra parte, afirmó:
—Tiene usted razón, toda la razón.
El escribano no podía creerlo. Pero ¿qué clase de juez era ese que daba la razón a ambas partes? Enojado, dijo:
—Disculpe, señor juez, usted está disparatando. ¿Cómo se le ocurre decir que ambas partes tienen razón?
El juez se dirigió al escribano y le dijo:
—Ciertamente, tienen usted razón, toda la razón. ¿Cómo van a tener razón las dos partes?
El Maestro dice: “Aquel que tiene amplia y clara visión es capaz de ver la razón particular de cada parte, de cada persona”».
El uso del poder —el buen uso— debiera estar reservado para jefes o gerentes que proyecten una auténtica ética. Para esos valientes y justos a quienes no les tiembla la conciencia, porque ni juzgan a priori —sin que las partes hayan expuesto su versión— ni sin indagar a fondo los hechos.
Las interpretaciones basadas en la confianza excesiva o en la incondicional amistad con alguno de los involucrados puede generar sesgos e injusticias a toda escala, inducir a la toma de decisiones apresuradas con base en una evidencia en apariencia incuestionable. Así se daña el prestigio de quienes ni siquiera cuentan con la oportunidad de acceder a tal información para defenderse.
Los juegos políticos, los intereses ocultos, las agendas íntimas y la falta de transparencia —aunque se disfrazan de «discursos anestésicos» o moralistas— son más frecuentes de lo que parece. Sin procedimientos pensados para que las decisiones se tomen tras escuchar a todas las partes con igualdad de oportunidad, los valores que pregonan las organizaciones se desdibujan en el camino.
La credibilidad personal no se posee: se conquista con verdades sostenidas en el tiempo; pero se destruye con tan solo una omisión de quien, pudiendo ser justo, por su voluntad, renuncia a serlo.