Chris Argyris, experto en comportamiento humano, propuso la «Teoría de la Madurez» para describir la transición esperada de las personas en las organizaciones. La responsabilidad y los beneficios de esta son compartidos. Esta evolución hacia la madurez es constatable en variables que usted puede evaluar a través de los criterios que le adicionamos a ese planteamiento.
De la pasividad a la proactividad. Es normal que al inicio de sus labores la actitud sea esperar órdenes, evitar errores, aprender la tarea y las reglas del juego. No obstante, conforme se madura, aparece el criterio formado, la iniciativa para proponer y resolver. Claro, también la organización deberá estar preparada para empoderar a sus miembros y reconocerles sus aportes.
De la dependencia a la independencia. Una persona inmadura no asume compromisos, espera a que otros le resuelvan todo y tomen las decisiones por ella. Alguien maduro, en cambio, posee un espíritu emprendedor, no espera banderazos de salida para actuar. La empresa, por su parte, es flexible, incorpora los nuevos proyectos sin castigar los errores ni los costos de aprendizaje.
De la falta de confianza a la autoconfianza. La fase de inmadurez está caracterizada por la duda en las propias capacidades, el temor a la descalificación y el infravalorarse. En contraposición, son señales de madurez el atreverse a algo: a exteriorizar asertivamente las convicciones, por ejemplo, o a reconocer humildemente la vulnerabilidad e incluso a discrepar. Eso sí, en este caso, también quienes dirigen la empresa aceptan la posibilidad de estar equivocados y escuchan.
De intereses erráticos a perspectivas a largo plazo. Si la organización no propicia el proceso de madurez, los colaboradores no progresan ni lateral ni jerárquicamente; más bien, terminan haciendo siempre lo mismo, estancados, con apenas pequeños cambios en su labor. Ahora, cuando la persona es valorada integralmente, puede forjarse planes de carrera y autorrealizarse.
De subordinación a liderazgo. Anclarse en la fase de inmadurez genera un estado de dependencia, en el que las personas solo siguen a otras, solo rinden cuentas por lo que hacen, limitan su desarrollo. En contraste, las empresas centradas en el ser humano, lo inspiran a crecer, lo inducen a involucrase más y a proyectar sus ideas en ámbitos cada vez más diversos.
Paradójicamente, en algunas organizaciones, consciente o inconscientemente, se limita la maduración. Los jefes controladores, los sistemas arcaicos de evaluación, la burocracia, la cultura de miedo, la centralización del poder y la «verdad» la traspasan. ¿Quién podría madurar donde el grito sustituye al diálogo y a la discrepancia la escolta la amenaza de despido? ¿Podría usted?
Según Argyris, si, pese a su deseo, las personas no logran desarrollarse, optan por alguna de estas actitudes: a) luchar, organizarse, unir fuerzas para defender sus derechos y repeler las políticas injustas; b) procuran adaptarse, resignarse, ser indiferentes, hacer lo mínimo por un salario; c) buscan huir, comienzan con ausencias reiteradas, a lo que le sigue evitar las reuniones, procuran realizarse en otras áreas; d) finalmente, deciden salir de la organización, explotar su potencial, vivir con plenitud y dignidad, madurar integralmente en su desempeño. ¿Cuál es su situación?
2 Responses
Lo que expone es algo que ocurre en muchas empresas en Latinoamérica y principalmente en las familiares y siguen existiendo los gerentes que solo piensan en su propio beneficio sin impórtales en lo más mínimo el desarrollo de los trabajadores
Profesor Retana, fuí alumno suyo en varios cursos de INCAE, en el cambio de trabajo de hace unos años dejé de recibir su columna semanal, me gustaría volver a recibirla.
Saludos, y gracias por sus sabias eneñanzas.