Venimos biológicamente cableados para temer a lo desconocido. Eso explicaría por qué, a veces, alguien percibe lo nuevo como amenazante. El origen del miedo es la ausencia de conocimiento; o sea, nace en una mente con «hambre» de sabiduría. ¿Podemos alimentar esa mente y avanzar?
Síntomas. En presencia del miedo, los colaboradores se sienten vulnerables. Bloquean su agilidad mental, su voluntad de actuar, su capacidad de innovar. Se contagian unos a otros de lentitud e inseguridad. No arriesgan, optan por lo conocido. Algunos se vuelven irreflexivos, van de prisa y sin dirección; otros culpan a terceros de sus propios errores. El cliente sufre las consecuencias.
Los compañeros se aíslan, los límites de poder se exageran para extender las fronteras de control y autoprotegerse, el «lado humano» empobrece: así es la realidad que germina en la cultura del miedo. Nadie cuestiona y al que se atreva le recetan el ostracismo. El nivel de desequilibrio emocional es exponencial, las relaciones interpersonales y la productividad se resquebrajan.
Punto de quiebre. Valore usted cuánto de lo anterior se origina en el desconocimiento. Veamos: se desconocen las personas entre sí, no se dominan los nuevos enfoques y conceptos gerenciales, no se practica el análisis de hechos y datos, en su lugar, se generan suposiciones y prejuicios. El conocimiento multidisciplinario, bien aplicado, es la llave para desbloquear la crisis y evolucionar.
El miedo paraliza. Disponernos a aprender unos de otros, a escuchar otras versiones es un punto de cambio para reenfocar la mente. Involucra renunciar a la resignación, hacer una nueva lectura de una realidad en apariencia estática. Es un hecho, nos atemoriza no saber, y es de sabios comprender la importancia que tiene la información que desconocemos para salir a buscarla.
Emprendiendo la marcha. Distingamos: por más complicado que parezca el entorno, no estamos condenados a ser complicados; por más provocativos que sean los distractores, podemos enfocar la atención en lo que realmente nos importa y conviene. Ser «distraíbles» sin permanecer distraídos hace la diferencia entre perder o mantener la dirección de nuestro esfuerzo. ¡Coraje!
Autoconocerse y valorarse, cultivar una mente más crítica —orientada por datos científicamente probados, por hechos verificables y no por temores infundados, con sanas dosis de creatividad e intuición— requiere coraje. Las conversaciones proactivas reconectan a los miembros de un equipo. El acercamiento libera los miedos: estos vuelven a creer y a crear para crecer y progresar.
Conquistando lo que se ignora, conquistamos rumbos. La suerte es para quien la necesita y el éxito para el que trabaja. Depender de ella es una renuncia a la voluntad personal; apostarle solo a ella es adormecer el cerebro. La suerte es donde confluyen la preparación y la oportunidad, advertía Seneca. Las oportunidades solo las ve el que se ha preparado mejor, el que conoce más.
¿Fácil? ¡No! Ver los resultados toma tiempo, porque son la consecuencia de haber echado mano de unos potentes aliados: atención plena, disciplina, pensamiento crítico, tiempo y creatividad…
Conquistando lo que se ignora, conquistamos rumbos.