La relación con los jefes es un detonante crucial de la satisfacción laboral de los colaboradores y, en consecuencia, de su productividad individual sostenible. Toda persona aspira al bienestar en su trabajo, ¿qué papel juegan los jefes en esta aspiración?
Un estudio de McKinsey & Company identifica la satisfacción laboral como predictor de los resultados de una empresa, ya que el cliente cosecha sus frutos. Disfrutar de salud mental al ser parte de ella es fuente de felicidad y de realización. ¿Qué aportan los buenos jefes?
A estos buenos jefes, les llamaremos “líderes”. Co-construyen con su equipo un ambiente de confianza recíproca. Su amabilidad y respeto absoluto crean lazos basados en la comodidad psicológica al analizar situaciones con escucha activa, objetividad y serenidad.
Son genuinos en su interés por conocer a cada colaborador para comprenderlo y apoyarlo en su plan de desarrollo. Es decir, ofrecen un trato personalizado y constructivo. Su reacción ante el error es ecuánime, procurando que se aprenda de él para evitar su repetición.
Expresan gratitud por el trabajo bien hecho y por el esfuerzo extraordinario, incluso si las metas no se alcanzan. Hacen lo correcto y toman decisiones difíciles. Exhiben claridad en sus valores, coraje para actuar conforme a ellos y juzgan con sabiduría.
Los colaboradores valoran más la relación con sus jefes (86%) que con sus pares (14%). De allí la relevancia de que los líderes conecten con sus equipos mediante una absoluta claridad de expectativas mutuas, una justa asignación de carga laboral, un significado edificante de la tarea y una dotación adecuada de condiciones para hacer bien el trabajo.
Dada esta relevancia de los líderes y sus relaciones, las empresas les inducen y capacitan para convertirse en mentores hábiles en procesos como la retroalimentación, la gestión de equipos, las conversaciones poderosas, la inteligencia emocional y el empoderamiento.
Estos buenos líderes, invierten tiempo y recursos en fortalecer su vida espiritual para actuar en modo congruente con su propósito superior (“ikigai”). También cultivan su flexibilidad, escucha activa y humildad para que los colaboradores sean quienes son delante de ellos.
Bajar barreras interpersonales no significa perder autoridad. Es ejercerla con respeto y responsabilidad, siendo embajador de los valores corporativos. Es depender más de la credibilidad técnica, de la integridad moral y de la estima natural que de cuotas de poder.
En los vínculos colaborativos el miedo cede su lugar a la confianza; la orden vertical a la proactividad con discernimiento. Cuando los líderes empoderan a su equipo, sus miembros dejan de ser simples seguidores para convertirse en personas inspiradas y apasionadas.
Las buenas relaciones entre líderes y colaboradores crean lealtad y mutuo compromiso. ¿Es así en su caso?
Un estudio de McKinsey & Company identifica la satisfacción laboral como predictor de los resultados de una empresa, ya que el cliente cosecha sus frutos. Disfrutar de salud mental al ser parte de ella es fuente de felicidad y de realización. ¿Qué aportan los buenos jefes?
A estos buenos jefes, les llamaremos “líderes”. Co-construyen con su equipo un ambiente de confianza recíproca. Su amabilidad y respeto absoluto crean lazos basados en la comodidad psicológica al analizar situaciones con escucha activa, objetividad y serenidad.
Son genuinos en su interés por conocer a cada colaborador para comprenderlo y apoyarlo en su plan de desarrollo. Es decir, ofrecen un trato personalizado y constructivo. Su reacción ante el error es ecuánime, procurando que se aprenda de él para evitar su repetición.
Expresan gratitud por el trabajo bien hecho y por el esfuerzo extraordinario, incluso si las metas no se alcanzan. Hacen lo correcto y toman decisiones difíciles. Exhiben claridad en sus valores, coraje para actuar conforme a ellos y juzgan con sabiduría.
Los colaboradores valoran más la relación con sus jefes (86%) que con sus pares (14%). De allí la relevancia de que los líderes conecten con sus equipos mediante una absoluta claridad de expectativas mutuas, una justa asignación de carga laboral, un significado edificante de la tarea y una dotación adecuada de condiciones para hacer bien el trabajo.
Dada esta relevancia de los líderes y sus relaciones, las empresas les inducen y capacitan para convertirse en mentores hábiles en procesos como la retroalimentación, la gestión de equipos, las conversaciones poderosas, la inteligencia emocional y el empoderamiento.
Estos buenos líderes, invierten tiempo y recursos en fortalecer su vida espiritual para actuar en modo congruente con su propósito superior (“ikigai”). También cultivan su flexibilidad, escucha activa y humildad para que los colaboradores sean quienes son delante de ellos.
Bajar barreras interpersonales no significa perder autoridad. Es ejercerla con respeto y responsabilidad, siendo embajador de los valores corporativos. Es depender más de la credibilidad técnica, de la integridad moral y de la estima natural que de cuotas de poder.
En los vínculos colaborativos el miedo cede su lugar a la confianza; la orden vertical a la proactividad con discernimiento. Cuando los líderes empoderan a su equipo, sus miembros dejan de ser simples seguidores para convertirse en personas inspiradas y apasionadas.
Las buenas relaciones entre líderes y colaboradores crean lealtad y mutuo compromiso. ¿Es así en su caso?