«No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos», expresó con razón Martin Luther King. En el ámbito de las organizaciones, también es frecuente que el silencio sea una expresión de distintas voces que se tornan audibles, «aunque no se escuchen». ¡Revisemos algunos ejemplos!
«Si hablo, me arriesgo». Hay empresas con tolerancia cero a la discrepancia. Las personas con poder no conciben que les cuestionen sus ideas. Y los pensadores críticos, en procura de no complicar su estabilidad laboral, se reservan sus opiniones para sus círculos de estricta confianza.
«Si respondo, me delato». No le responden mensajes de correo, le rechazan sus llamadas telefónicas, sus preguntas suelen encontrarse con respuestas evasivas. ¿Le suena familiar este escenario? En este caso, los buenos no callan, el silencio es la voz de los evasivos. Quienes toman decisiones injustas y sesgadas prefieren eludir su responsabilidad y dejar que el tiempo siga…
«Perdí la esperanza, no cambiarán». A las personas comprometidas con la organización no las detiene el miedo, sino la desesperanza. Sencillamente, callan porque ven imposible que algo bueno suceda si hablan. Han experimentado altas dosis de frustración. Ya no creen en sus jefes.
«Donde la ignorancia habla, la inteligencia calla». Esta popular expresión resume la actitud de los que se resisten a invertir su valioso tiempo en convencer a personas que adoptan una postura intransigente. Quizá esperan que en el futuro haya un momento idóneo para romper su silencio.
«Si hablo, empeoro las cosas». Se presupone que confrontar a una persona agresiva, que no controla sus emociones ni utiliza el buen juicio, solo conduciría a otras crisis, incluso mayores. En consecuencia, se opta por guardar silencio hasta que las aguas se aclaren y recuperen su nivel…
«Pasividad e indiferencia». Son cada vez más crecientes los hechos injustos, violentos, ilegales, discriminatorios. Por desdicha, crece también la incapacidad de aplicar el criterio de justicia. Y pese a que no debiéramos quedar impasibles ante esto, los buenos callan por dos razones: no creen que su palabra haga alguna diferencia y temen a las consecuencias de intervenir.
«Primero mi paz interior, luego lo demás». El silencio puede deberse a la sabiduría de saber escoger las luchas que valen la pena. No siempre se gana cuando se gana; algunas aun ganándolas se pierden. No siempre se pierde cuando se pierde; otras aun perdiéndolas se ganan. Los buenos obran el bien, superan las pequeñeces, anteponen su paz a tener o imponer su razón.
Los buenos también callan para procesar sus pensamientos, para ordenar sus emociones y para seleccionar sus respuestas. Grandes líderes practican la soledad y el silencio para conectarse con su conciencia y aplacar su ego. Al hablar, lo hacen con fuerza moral, contundencia y profundidad.
Callar con veracidad fortalece, hablar sin verdad debilita. El silencio apacigua las tormentas y activa la conciencia; de ella nace el coraje al hablar y «se callan bocas sin abrir la propia».