«Sumar a un propósito trascendente», «percibir que lo que hago tiene sentido», «disfrutar en un ambiente sano y confiable», «sentirme pleno, productivo, valorado», «trabajar conectado con mi jefe y equipo», «progresar en beneficio de mi familia». Cuanto más recorro empresas como consultor, más confirmo que estas y otras expresiones engloban un anhelo compartido, pero…
… ¿cuál es el papel de los líderes en la construcción de un entorno que permita satisfacer esas aspiraciones? ¿Qué tipo de cultura organizacional se necesita de cara al presente en un contexto complicado? Requerimos medidas concretas para cosechar esa cultura, ¿por dónde empezar?
Un punto de partida es que los líderes comprendan que son su «propio mensaje». Sus palabras y sus actos deben ser coherentes; sus decisiones, estar sustentadas en los valores organizacionales; su mente, enfocada en el bienestar de cada colaborador sin descuidar los resultados. ¡Integridad!
Mahatma Gandhi dedicaba un día a la semana al silencio, a la reflexión. En una ocasión, le preguntaron cuál era su mensaje al mundo. Simplemente escribió: «Mi vida es mi mensaje». Si toda acción del líder constituye su mensaje, si es un referente, la percepción que tienen de él en la empresa pondría de manifiesto la receptividad que inspira, bien haría en considerarlo.
Una cultura realmente humana —con esfuerzos centrados en el bienestar, el desarrollo y la estrecha conexión de sus colaboradores— produce resultados crecientes y sostenibles. El sentido de pertenencia aumenta cuando las personas se sienten «cuidadas», respetadas y valoradas.
«Quien se siente cuidado por nosotros cuida a los clientes y estos cuidan el flujo de caja de la empresa», suelen afirmar líderes conscientes de su responsabilidad en este «círculo virtuoso».
¿El inicio? ¡Congruencia! El que lidera demuestra credibilidad técnica y moral, acompaña sus palabras con actos. Su huella será mayor si genera conexión con sus colaboradores, si consigue un balance entre superar metas retadoras y establecer un ambiente laboral con rostro humano.
El trabajo dignifica y es fuente de realización personal. Las personas desean trabajar arduamente para contribuir al éxito de quienes las tratan con confianza y comprensión. Incluso, agradecen la exigencia y la corrección cuando no menoscaban su dignidad. Por supuesto, hay excepciones; no faltan quienes no anhelan otro beneficio que la rutina, la paga, hacer lo menos y frenar al equipo.
Los colaboradores quieren tener jefes valientes, éticos, capaces de tomar decisiones que beneficien a la mayoría, por difíciles que sean. Cocrear con colegas diáfanos y solidarios, que no les recarguen sus tareas, que no se escondan al rendir cuentas al equipo. ¡Madurez y credibilidad!
La gente quiere creer en su organización por la autenticidad de su propósito y la congruencia de su discurso; en su líder de equipo, por su transparencia, consistencia, humildad y coraje; en sus compañeros, por su lealtad; en sus colaboradores, por su proactiva vocación de servicio. Quiere creer en sí misma, en que puede llevar más bienestar a su familia. ¿En qué quiere creer usted?