Cada persona es un mensaje en sí misma. Solo con escuchar su nombre, vienen a la mente los conceptos que tenemos de ella: lo que representa para nosotros, la manera como nos influyen sus ideales, la experiencia que nos provocan sus conductas. De hecho, que les demos cabida en nuestra vida nace como una acción refleja de nuestra parte a las que componen su «mensaje».
No bastan las buenas intenciones: lo concreto es lo que emanan, lo que logran. Por eso conviene tomar conciencia de los resultados específicos que alcanzamos en diversos campos. Un ejemplo claro es en el tema de la salud, con frecuencia pregonamos cuánto nos importa; sin embargo, ¿sabe usted cuántos la pierden a cambio de dinero que luego usarán para intentar recuperarla?
Muchos de los que con entusiasmo declaran apoyo a la empresa no logran trascender ni el deber ni la rutina. Asimismo, el interés que expresan algunos por estar actualizados en conocimientos y habilidades tampoco concuerda con la apatía que demuestran en capacitarse e innovar.
Frente a las presiones internas y externas en las empresas y en la vida personal, la inteligencia emocional constituye un pilar para el éxito laboral. Y pese a que lo sabemos, la disciplina de mejorarla con prácticas de bien ser, bien estar y bien hacer sucumbe ante los desafíos cotidianos.
¿De qué sirve un talento sin sabiduría para usarlo? «El conocimiento es poder», decía Francis Bacon. Llevarlo a la práctica para transformar realidades es cuestión de querer, un asunto de compromiso y determinación. Sin resultados, el mensaje que se da es «me doy a medias, ˈralitoˈ».
En todas las esferas, los resultados hablan por nosotros, crean el mensaje que somos. Son los «vigilantes» de la marca personal, del respeto y la credibilidad que cosechamos. Para ser jefes solo se necesita que alguien nos coloque en el puesto; para ser líderes requerimos que los colaboradores nos concedan el derecho de decidir por ellos: es credibilidad basada en logros…
Concentrarse en la consecución de ciertos resultados depende del propósito superior que guía las acciones, de los principios y de las prioridades. Si eso no está claro, se avanzará sin rumbo. No habrá ni congruencia, ni conciencia, ni esperanza. Motivacionalmente, se dice que hay que disfrutar el camino, esto es así siempre que haya un destino definido que impulse la persistencia.
Si los resultados no se están dando es momento de analizar las acciones que los generan, y si al modificarlas tampoco se dan, quizá sea hora de prestar atención al «mensaje» de la persona que las impulsa: allí podría estar el verdadero origen del estancamiento. Al «mirar cómo miramos» la realidad, nos guardamos la carta de estar equivocados y de rectificar a tiempo. ¡Autoevaluarse!
Cuando los esfuerzos no fructifican, las personas disruptivas se atreven a ir más allá: movilizan culturas, sistemas, tradiciones, tecnologías, relaciones y modelos de negocio. Si aún así no se llega a la meta, cabe recordar a M. Gandhi: «Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa». ¿Qué “mensaje” es usted?