Existe un matiz entre sentir que trabaja para una empresa y trabajar como si la empresa fuera «suya». Cuando el propósito real de la organización los representa, los colaboradores proyectan con esmero su buena imagen ante los clientes; mas cuando la declaración de misión solo maquilla las verdaderas intenciones, ya no «trabajan como dueños», sino como «empleados». Veamos…
Los que actúan como dueños practican una cultura de excelencia. Así como invierten tiempo en hallar nuevas formas de elevar la calidad del servicio, también juntan una basura del suelo. Pese a su carga de trabajo, reaccionan con inmediatez ante cualquier falla. Se involucran de manera activa, no dejan pasar la oportunidad de ofrecer ayuda a sus compañeros, colaboradores o jefes.
Trascienden el cumplimiento del deber, el perfil de un puesto y lo que les solicitan. Están enfocados en conseguir que las cosas se hagan y se hagan bien, ya sean o no su responsabilidad. Esta actitud colaborativa y desprendida es su sello. ¿Utópico? No, todos conocemos personas así.
Los que somos viajeros frecuentes solemos encontrar trabajadores que dan la impresión de estar en «su» propio hotel o restaurante. Al sentirlo como «suyo», nos atienden de modo particular. Su acuciosidad contribuye a nuestro bienestar y, por consiguiente, reciben nuestra complacencia.
Los «dueños» jamás se conforman con los resultados, siempre están pensando en cómo hacer todo mejor la próxima vez. No se desgastan repitiendo procedimientos para justificar su sueldo. ¡Jamás se estancan!: crean soluciones y circunstancias. Tampoco le declaran simple «amor» a la empresa; sienten pasión, esa extraña mezcla entre amor y locura. Adoptan la validez de lo que se pregona como objetivo de la organización, pero no admiten dobleces, tienen un solo discurso.
Es imposible ignorar a los «dueños» porque sobresalen, son referentes, los preferidos de los clientes. De ahí que la «mediocridad», para no quedar al desnudo, intente bajarlos a su nivel, «serrucharles el piso». Pero ni los doblan ni los quiebran: el alto desempeño ya está en su ADN.
No dan, se dan. Son protagonistas, no víctimas. Agradecen, no se quejan. Confían en su poder para cambiar los escenarios. No se refugian en intentos, concretan las intenciones. Su espíritu emprendedor nutre su actitud innovadora, aceptan los riesgos y disfrutan la aventura de crear.
El que se cree «dueño» es objetivo y autocrítico. No compite con otros, sino consigo mismo. En consecuencia, evita ralentizar los procesos, caer en el ocio excesivo y en la mecánica rutina. Si bien se reta, mide sus avances con base en indicadores y datos, no en suposiciones ni opiniones.
Según C. Coolidge, presidente de los Estados Unidos entre 1923 y 1929, «Nada en el mundo puede tomar el lugar de la persistencia. El talento no puede: nada es más común que hombres talentosos fracasados. El genio no puede: es casi proverbial encontrar genios no recompensados. No lo hará la instrucción, el mundo está lleno de personas instruidas que andan a la deriva. Solo la persistencia y la determinación son omnipotentes». Uso esa frase en mi programa de Gerencia con Liderazgo, que desarrollo desde 1988, para describir el espíritu de los «dueños» como usted.