¡Al fin! Como es natural suponer, tras meses de espera e incertidumbre, en cuestión de cinco segundos, una dosis de alivio invade la mente. No obstante, soy consciente de que, al momento de recibir la vacuna contra la COVID-19, formo parte de tan solo un 5% de la población mundial que ya pasó por el proceso. Les comparto mis reflexiones acerca de la experiencia…
Unos gobiernos se esmeran en proteger a la población, otros en lanzar promesas sin la intención de cumplirlas, algunos en cumplirlas a medias y unos cuantos en aumentar o minimizar sus realidades. Los momentos de crisis ponen a prueba la verdadera naturaleza de los dirigentes: sus acciones lavan sus maquillajes, desnudan sus propósitos y silencian sus palabras.
Lograr el acceso a la ansiada vacuna se asemeja a conseguir posiciones en las empresas luego de varios años de aspirar a estas. Ambas son una responsabilidad y no un privilegio. Toma mucho tiempo y esfuerzo conquistar la cima, pero un ínfimo fallo o exceso puede provocar la caída.
En uno de mis viajes a la India, tras la cancelación del vuelo, la mayoría de los pasajeros perdieron la calma y le exigían a la aerolínea resolver el mismo día. Casi hago lo mismo, pero un monje que me acompañaba me instó: «Siéntese aquí, mire y transmita serenidad al personal que debe resolver; lo que es para usted llegará». ¡Tenía razón, muchos se quedaron en tierra, yo viajé!
La paciencia minimiza el riesgo de irrespetar las normas de bioseguridad, previene que incurramos en actos de indisciplina que cuestan caros. Asimismo, quienes no sucumben a la tentación latente en las empresas de incumplir políticas llegan a su meta, y esa es su recompensa.
Recibí la cita telefónica del centro de salud de mi comunidad una semana antes. La observancia estricta de la puntualidad, la explicación minuciosa sobre los posibles efectos secundarios y el ágil protocolo al aplicar la vacuna demuestran que la eficiencia viene de la mano del compromiso.
Hay países donde, hoy, para ser vacunado, alguien debe viajar a otras naciones e incurrir en altos costos. Yo solo recorrí un kilómetro y a ningún costo. Un sistema de salud solidario, como el de Costa Rica, nos enorgullece a todos. Debe convertirse en un referente de calidad de vida mundial.
¿Efectos secundarios? Sí, varios y pasajeros. En los exigentes entrenamientos deportivos se dice que «El dolor que sientes hoy es la fuerza que sentirás mañana». Las incomodidades son parte del camino, cada uno decide si se detiene ante ellas o sigue adelante.
Somos 7. 730 millones (abril 2021) los protagonistas de una situación agobiante. Una vacuna es solo un método de prevención, no lo es todo. Aun siendo así, quise conservar el recuerdo con una fotografía, pero el enfermero ―con su actitud― me indujo a interpretar que, mientras haya un 95% de la población mundial desprotegida o en espera, todavía no hay nada que celebrar…
Nos vacunamos porque aceptamos nuestra vulnerabilidad. También lo somos en otros campos y aspectos de la vida, en los que la «vacuna» ya está dentro de nosotros, esperando ser activada.