En las organizaciones, encontramos personas que realmente inspiran confianza, respeto y credibilidad, y esto no varía ni cuando toman decisiones que desagradan a sus miembros. Otras, en cambio, generan descontento, desconfianza, apoyo a medias y resentimiento. ¿Qué los distingue? La fuente, los fundamentos y la “plataforma” desde donde toman dichas decisiones.
En el primer caso, estamos frente a quienes emiten sus juicios después de sumergirse en instantes de profunda reflexión. El término clave es “profunda”. Esto significa que, antes de decidir, se esfuerzan por ver más allá de lo visible, de lo aparente. Hacen un viaje a la conciencia, donde yacen sus más nobles valores, el respeto absoluto por los demás y por sus propias convicciones.
En general, son personas justas, equilibradas, inmunes a influencias que socaven su ética o su criterio acerca de lo que es correcto. Logran permanecer en íntimo contacto con su esencia, son seres humanos buenos, coherentes y valientes para defender su criterio ante quien sea. Así, cada decisión brota de esa poderosa plataforma llamada conciencia. Y si bien la abonan con información externa, la procesan con sabiduría, pues son conscientes de que sus actos afectan la vida de terceros. De ahí que la conciencia sea la diferencia entre un intelectual y un sabio.
Algunos afectados podrían estar en desacuerdo con sus decisiones, pero no dejarían de admirarlos por la congruencia entre su recto pensar y actuar. Eso explica el magnetismo de la Madre Teresa, Gandhi y Mandela, entre tantos que han transformado al mundo. Además, revela por qué, en las organizaciones, hay quienes con su liderazgo despiertan la mística, la inspiración y el compromiso.
En el otro extremo, están quienes toman decisiones desde la plataforma de las conveniencias o apetencias: la necesidad de sentir poder, de recibir aprobación, reconocimiento y adulación de sus allegados, el apego a la fama… En resumen, actúan desde su ego. “Sin embargo, el ego no es lo que realmente somos. El ego es nuestra imagen, nuestra máscara social; es el papel que estamos desempeñando. A la máscara social le gusta la aprobación; quiere controlar, y se apoya en el poder porque vive en el temor”, indica Deepak Chopra.
Se equivocan más los que juzgan sin escuchar, los que renuncian a valorar versiones diferentes a su interpretación, los que carecen de humanidad y no miran sus propias imperfecciones antes de condenar las de otros. Esos que intentan corregir errores ajenos cometiendo nuevos y peores; hablan de respeto, y no respetan a quien discrepe de ellos. No filtran lo que escuchan por canales subterráneos donde transitan el chisme, la hipocresía y la mala intención; su reactividad es tal que no conocen la reflexión ni el contacto honesto con su conciencia. Deciden desde sus emociones.
La calidad de las relaciones de una persona con otra depende del vínculo que tenga consigo misma. Las que se guían por sus elevados principios humanos son magnéticas, de trato sencillo, nobles; no son perfectas, pero reconocen el error y lo enmiendan. Las otras, orientadas por la superficialidad y la conveniencia, esconden a toda costa los baches de su ego y sus intereses ocultos, evitan dar la cara y carecen de valentía para rectificar el daño que causan a sus semejantes.
Lo que los colaboradores aprecian más de sus jefes es que sean buenas personas. El verdadero liderazgo colaborativo solo nace de esa conexión entre conciencias leales y principios sanos.