De esta crisis todos saldremos adelante (Mito 1). No, no todos. Ha habido y habrá millones que no saldrán avante en una pandemia. ¿Quiénes tienen más probabilidades de lograrlo? Los que comprendan que la lucha no solo debe darse al mismo tiempo, también es crucial darla juntos. Para eso es determinante que quienes ejercen influencia practiquen un liderazgo colaborativo.
Al final de esto seremos mejores personas (Mito 2). Según los especialistas, las crisis tienden a duplicar nuestras emociones y actitudes originales. Así, quien ya era generoso ahora es mucho más solidario: propone y se une a los esfuerzos comunitarios en favor de los desprotegidos. Mientras, otras personas solo sitúan sus egoístas intereses por encima de los de cualquier otro.
La buena actitud hace la diferencia (Mito 3). Eso es real, pero sin aptitud de poco sirve la voluntad. El balance depende de que haya quien enseñe lo que se requiera saber y de que los que no saben deseen aprenderlo. Es la sabia alianza multidisciplinar la que abona a la esperanza de ganar la batalla. Que los tomadores de decisiones carezcan de criterio científico es peligroso.
Las crisis enseñan (Mito 4). Este principio no siempre se cumple. No todas las personas aprenden del infortunio. Al no concebirse como parte de un todo, cometen errores básicos y recurrentes que afectan a los demás. «La educación —asegura Mandela— es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo». Lo mismo es aplicable a las empresas en las que, al consolidar el sentido de pertenencia, se aviva la conciencia de aprender para mejorar y avanzar.
Las dificultades fortalecen (Mito 5). No siempre es así, depende de cómo se valoren los recursos con que se cuenta para asumir los nuevos retos. Si estos se consideran insuficientes, se nutren emociones destructivas como la ansiedad, la tristeza, la ira, el miedo… Las acciones comunitarias y la cohesión en las organizaciones, al contrario, multiplican los recursos y fortalecen la confianza.
Si hago mi parte, no me sucederá nada malo (Mito 6). ¿Y si el otro no hace la suya? La solidaridad debe ser mutua y exigida cuando la amenaza externa es una sola. En el entramado social que somos, el esfuerzo individual de cada uno es vital para contrarrestarla. «Se necesitan muchos ladrillos para construir un muro, pero solo un ladrillo para derribarlo», indica Markus W. Lunner.
Hay otros mitos merodeando, hay creencias paralizando la acción concreta, pero también hay crecientes y loables esfuerzos esperando dar frutos. No obstante, para ganar no es suficiente que todos luchemos a la vez, sino que lo hagamos unidos. A este principio los griegos le llamaban «sinarquía». Parece ser algo con total sentido, mas para alcanzarlo falta camino por recorrer.
La ruta pasa por despojarse de egos que obstaculizan la convergencia de intereses comunes, de agendas con propósitos ocultos. La vía es «pavimentar» la confianza entre grupos, sectores y comunidades, mirando y protegiendo más lo que los une que multiplicando lo que los divide. En la antigüedad, los pueblos ‘luchaban juntos’ contra las amenazas —sinarquía—, y aun ganando las grandes guerras luego sucumbían en virtud de sus divisiones. ¿Lo haremos diferente esta vez?