¿Es usted una persona curiosa por aprender? ¿Se esmera por hacer las cosas cada vez mejor? Sin duda, con su pausa inteligente antes de actuar, su actitud reflexiva para resolver situaciones y su afán por preguntar a otros para complementar sus ideas, usted denota que posee buen criterio.
Metodologías ágiles, aprovechamiento de la inteligencia artificial, empoderamiento, innovación, sentido de pertenencia, digitalización, alineamiento interno, seguridad psicológica y servicio excepcional, ¿no es esto lo que hoy pretenden las organizaciones? El buen criterio es la semilla para hacerlo posible y la educación es el terreno fértil para que crezca.
No obstante, cuando la visión es cortoplacista no se prioriza la formación de las personas, solo se invierte en experiencias efímeras de impacto limitado; incluso, algunos jefes reclaman por el tiempo dedicado a la capacitación. También hay colaboradores que no valoran oportunidades de aprendizaje y no lo convierten en mejores acciones, solo les interesa acumular certificados.
“Educar es formar personas aptas para gobernarse a sí mismas y no para ser gobernadas por otros”, señala Herbert Spencer. Los padres se regocijan al ver a sus hijos tomando buenas decisiones, equivocándose y levantándose de nuevo, haciendo el bien a los demás. Claro, han invertido tiempo desafiándoles su intelecto y apoyándoles en su educación.
Los jefes recordados con gratitud inspiran y detonan el deseo de aprender, de progresar; enseñan siendo aprendices insaciables. Gestionan con preguntas, son lectores constantes, comparten lo que saben y son maestros incluso ante el error ajeno. Para forjar el buen criterio, siempre enseñan a dudar de lo que enseñan, diría José Ortega y Gasset.
Los colaboradores que progresan saben que alguna vez los contrataron por sus conocimientos pero que les promueven por su sabiduría para aplicarlos, por seguir nutriendo sus buenas prácticas. Avanzan por su actualización, por no pagar el alto precio del estancamiento. Quieren y saben aprender; al hacerlo sin cesar cultivan su osadía de innovar y la confianza de sus jefes.
Paradójicamente cuánto más invierte una organización en la educación de sus miembros, estos tienen más preguntas que respuestas, señal de que están mentalmente activos. Luego contagian a otros que constatan que “la educación es un refugio en la adversidad”, como dijo Aristóteles.
Atraer y retener el mejor talento es un reto en la empresa actual. Las transformaciones digitales pasan por cambios en su cultura y “mentalidad”. Deleitar a los clientes nace en la actitud proactiva de quien les sirve. Estas y otras prioridades se cimentan en el criterio de gerentes y colaboradores que saben pensar, que tienen discernimiento, que están comprometidos con la organización.
Educación no es acumulación de títulos académicos, sino vivencia de valores acompañados de sensatez al aplicar el conocimiento, para actuar con justicia y flexibilidad. La empresa que confía en sus miembros los forma e insta a crecer en el uso de su buen criterio pues es así como ambas partes se enrumban -al asumir su responsabilidad- hacia la mutua prosperidad.