«Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueses a vivir siempre», Mahatma Gandhi. La persona que se dispone a mejorar sus capacidades comienza por aprender a aprender. De lo contrario, ¿cómo podría elevar sus resultados? Las fases de la rueda de David Kolb se transforman en cuatro pasos que siguen las personas y los equipos comprometidos con el alto desempeño.
Paso 1: ¿Qué hicimos? Una experiencia concreta es el punto de partida para que una persona inicie el viaje hacia el aprendizaje. Lo primero es elaborar un balance descriptivo y objetivo del desarrollo de los hechos y de los resultados alcanzados. Este es el caso de la empresa que, al final de cada año, analiza cuánto de lo previsto en su plan de acción anual se concretó realmente.
En esta primera fase no valoramos causas ni efectos, solo tomamos conciencia de la intención original y del escenario verdadero. Imaginemos a los padres que cada día conversan con sus hijos sobre las actividades que les propusieron sus docentes y sobre las que, efectivamente, realizaron.
Paso 2: ¿Cómo lo hicimos? Una observación reflexiva de los hechos permitirá valorar qué estuvo bien y qué podría mejorarse. Los hijos de esos padres aprenden a ver la realidad de forma crítica; el equipo analiza con objetividad su desempeño para intensificar lo bueno y rectificar los errores que detecten en la ejecución del plan. De aquí nace el discernimiento: la semilla de la sabiduría.
Este comportamiento previene ―en palabras de Albert Einstein― la «locura de hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes». La madurez de individuos y organizaciones se evidencia en su capacidad de autoanálisis, de examinar con espíritu crítico y reflexivo sus experiencias.
Paso 3: ¿Qué aprendimos? Las dos fases anteriores llegan a buen puerto: nuevas lecciones o conceptos. Es el momento de extraer aprendizajes de valor, de crecer y de enriquecer el conocimiento con base en un análisis acucioso de la experiencia, asociado a una auténtica actitud crítica. El aprendizaje generado se nutre de enfoques complementarios y de teorías ya probadas.
En nuestro ejemplo anterior, el niño o joven dice a sus padres que, a partir de una experiencia con un compañero, aprendió algo sobre la amistad. Sus progenitores lo ayudan a aumentar su conciencia sobre ese valioso lazo que une a las personas y a entusiasmarse por vivenciarlo.
Paso 4: ¿Cómo aplicaremos? Al día siguiente, el estudiante regresa a la escuela con entusiasmo por experimentar activamente lo aprendido y, si le funciona, lo integrará en su comportamiento relacional. También un equipo deportivo lleva a su entrenamiento las lecciones obtenidas en un partido anterior, una empresa inteligente igual. En este ciclo, teoría y práctica van de la mano…
En realidad, el proceso no es tan lineal o secuencial, seguimos casi todos los pasos a la vez. Lo crucial es comprender los beneficios que derivan de valorar las experiencias sobre la base de perspectivas analíticas: puntualizar sus lecciones y adoptar la disciplina de aplicarlas. Ya lo dijo Travis Bradberry: «La experiencia es la maestra más exigente. Primero te pone a prueba y después te enseña la lección». ¿Qué tan dispuesto está usted a recorrer el camino de aprender y mejorar?