Ganan las etapas regulares de competencia, pero se frenan en las finales importantes o cuando la meta está cerca. A veces, repiten ese comportamiento de manera inconsciente. Esto, conocido como el «síndrome del límite superior», ocurre tanto en el ámbito deportivo como empresarial.
La negación de esta realidad condena al equipo a repetir una y otra vez la historia de quedarse sin el máximo galardón. Resignarse —atribuirlo a la suerte o a la casualidad— es eludir la responsabilidad. Traumatizarse sin actuar ni buscar ayuda es una actitud fatalista. ¿Qué hacer?
«La competencia lo hace mejor»; «No estamos listos para liderar la industria», se escucha en algunas empresas. Un primer paso es aceptar la realidad: «Nos colocamos un techo; cada vez que nos acercamos al desafío crucial, nuestra mentalidad cambia y “algo” nos frena. ¡No sabemos cómo superarlo!». Es un hecho: alguien debe ser la voz que desvele la realidad en ambos casos.
En segundo lugar, hay que saber pedir y aceptar ayuda. Veamos: ya se ha conversado al respecto y ya se han trazado nuevos «propósitos», aun así, nada cambia. ¿Qué sigue entonces? ¡Bienvenida sea la multidisciplinariedad! Reunir aportes y miradas frescas para saltar el «límite superior»: coaches, psicólogos, programadores neurolingüísticos, consultores, psicoterapeutas…
Trabajando en un plano individual y colectivo, estos especialistas robustecerían la sinergia y el empoderamiento personal. Individual, porque la historia y la «mentalidad» de cada miembro del equipo son diferentes. Colectivo, porque trascender requiere un nuevo contrato de actitudes compartidas, y nadie puede quedarse fuera. Así, todos confiando en todos logran la meta común.
Un tercer paso es visualizar el resultado final esperado para ser conscientes de la magnitud del reto. «Lo mismo más lo mismo da siempre lo mismo». La flexibilidad mental, propia de los equipos ganadores, posibilita que las personas transformen a tiempo situaciones, procesos, etc.
Finalmente, en experiencias reales, hemos observado por qué se omiten estos pasos tan lógicos: el ego abultado de quienes dirigen no les permite aceptar que no lo saben todo. Presuponen que verán afectada su imagen si salen en busca de ayuda profesional que complemente su talento.
El ego inflado es sinónimo de falta de confianza y se propaga al resto del equipo, causa estragos. Según el psicólogo Gay Hendricks, todos tenemos una especie de termostato que nos indica cuánto éxito nos damos derecho a disfrutar. Al rebasarlo, hacemos algo para autosabotearnos y regresar a la zona conocida o de confort. En especial, cuando fracasar no tiene consecuencias…
El gran paso: reconocer que se está cerca de rebasar el techo tradicional y tener el coraje y la sabiduría para superarlo. Mente y talento son socios, bien abonados, aumentan la autoeficacia y la fe en nuevas estrategias. Un cambio motivacional de actitud ni es suficiente ni se hace en el último minuto. Lo que respalda la determinación de romper el síndrome del límite superior es la certeza de dirigir un trabajo intenso y sistemático. Metafóricamente hablando, el fuego solo puede arder si las brasas permanecen juntas. ¿Lo está logrando crecientemente su equipo?