“Diseñamos un buen proyecto, pero nunca lo iniciamos”. “Estábamos avanzando, pero tal como suele sucedernos, nos frenamos”. “Algunos solo se interesan por incentivos de corto plazo y nos desenfocan del futuro”. ¿Ha notado que en las empresas exitosas la constancia en el esfuerzo nutre la confianza de sus miembros en el rumbo y en el valor de su trabajo?
Las organizaciones compiten con su cultura, con esa alfombra sobre la que camina segura su estrategia. Seguridad que surge de prácticas, hábitos, conductas y rituales que toma tiempo consolidar. Eso sí, ante un progreso inesperado su disciplina podría verse desafiada.
Tanto en el ámbito empresarial como en el deportivo, los resultados son cruciales. No obstante, si la obsesión es obtenerlos de inmediato, los “procesos” para institucionalizar una nueva cultura o modo de actuar son insostenibles ante un revés temporal.
De hecho, realizar cambios puede conllevar baches iniciales pues hay aprendizajes y desaprendizajes de por medio. “El carácter no se mide por lo que uno hace cuando las cosas van bien, sino por lo que uno hace cuando van mal”, afirma el entrenador Buddy Bell.
Los procesos no son una línea recta hacia las metas; es más, las trascienden. Los conocimientos pueden mejorase en horas, pero los comportamientos pueden requerir meses dado que implican transformaciones profundas en la mentalidad de un equipo.
“La perseverancia es la madre del éxito”, según el proverbio francés. Un proceso tiene etapas en las que se pulen y miden detalles, relaciones, costumbres, repeticiones y correcciones. Al final lo que se cosecha es lo que con disciplina se sostiene y mejora.
Es esencial resistir la tentación de abandonar el esfuerzo cuando los frutos no se asoman. Una cultura no deseada pero arraigada, un personal que vive en su zona de confort y un frágil plan de cambio, pueden desilusionar a quien no entienda la importancia de los procesos.
Cada decisión gerencial impacta la cultura de la empresa: modela valores. Cuando los líderes evidencian su compromiso con el camino pactado, reafirman su promesa de ser pacientes y son resilientes ante los contratiempos, inspiran a los miembros de sus equipos a mejorar sus procesos y rutinas día a día.
Nuestra calidad de vida integral es la expresión de nuestros hábitos diarios. Igual sucede a las organizaciones. Un plan estratégico marca su dirección deseada. Sin embargo, es el mejoramiento meticuloso de sus procesos cotidianos lo que les permite avanzar. La clave de una excelente ejecución es una excelente planeación del proceso para el progreso.
En ciertas familias se inculca a los hijos “ser los mejores de la escuela”. En otras, “ser mejores que ellos mismos cada día”. No es lo mismo competir con otros que consigo mismos. En la primera opción, quizás el premio sea una medalla; en la segunda, un estilo de vida.