La intención de mejorar es un común denominador en todos los ámbitos, incluyendo el empresarial y el deportivo. Nadie compite para perder, ni siquiera para seguir igual. ¿Quiénes están más cerca de lograrlo? Sin duda, los que realmente se apoyan en su pensamiento crítico.
Se puede confundir este sano impulso con estar siempre en desacuerdo o con cuestionar todo casi que por «deporte» o rebeldía. Pero más que eso es atreverse a cuestionar lo que otros «se tragan sin masticar», es examinar los supuestos, no aceptarlos ni rechazarlos irreflexivamente.
Un sello del pensador crítico es ver con detalle, ir más allá de lo visible: no se conforma con las primeras versiones de un hecho, lleva a la mesa de discusión las suposiciones, los resultados y las aseveraciones que otros solo repiten sin verificar. Reta porque busca comprender para avanzar.
Tras la adversidad, los equipos con juicio crítico no se escudan en frases como «fue mala suerte», «fue un accidente», «la vida es así», «no se nos dio». Estas creencias adormecen el aprendizaje y la resiliencia: elementos claves para reaccionar, innovar, reencauzar el rumbo y el crecimiento.
Un buen servicio al cliente, por ejemplo, surge cuando la persona practica la autocrítica y se pregunta: «¿Cómo contribuiré a que el proceso sea mejor, más sencillo y de más calidad?». Claro, esto significa que, al estar verdaderamente empoderado por su jefe, tiene criterios para decidir. Lo contrario es un «No puedo ayudarle porque debo consultar a mi supervisor y él no está ahora».
Discriminar entre lo correcto y lo incorrecto; lo comprobado y lo sospechado es trabajo de la ética. Imagine las bondades de prever el efecto de nuestras decisiones en otros, de adoptar una actitud reflexiva a la hora de decidir: disminuirían errores e injusticias, mejoraría el clima laboral…
Las organizaciones enferman y se ahogan en el mar de la mediocridad si anulan las conversaciones poderosas y, en su lugar, se impone el autoritarismo, abierto o solapado. En uno u otro caso: dudar, preguntar, ahondar, validar la fuente de datos o abrirse a entender es delito.
La persona crítica y autocrítica es humilde en esencia. También minuciosa y profunda, pero no se encierra en su versión: es flexible, asertiva. Consciente de sus sesgos y limitaciones, escucha, filtra, compara y mezcla ideas. Piensa acerca de cómo piensa y trata de hacerlo cada vez mejor.
«El valor de la educación universitaria —dice Einstein— no es el aprendizaje de muchos hechos, sino la formación de la mente para pensar». La ignorancia es terreno fértil para el engaño, la manipulación y el adormecimiento de la libertad de pensamiento. Los expertos en redes sociales tienen poder para inclinar voluntades: hacer «creer» o hacer «pensar», su ética hará la diferencia.
Pensamos sin reparar en cómo lo hacemos, y es casi imposible mejorar algo sin ser conscientes del modo de pensar: si un jefe no tiene espíritu autocrítico, no crece ni hace crecer a su equipo. «Comienza a desafiar tus propias suposiciones; ellas son tus ventanas al mundo. Quítalas de vez en cuando, o la luz no entrará», sugiere Alan Alda a quien teme arriesgarse a probar nuevas ideas.