Los beneficios del teletrabajo son innumerables para empresas y colaboradores. Sin embargo, entre algunos de estos últimos, emergen conductas que riñen con la naturaleza de esta modalidad. Las organizaciones que se esfuerzan por cuidar la salud de sus miembros y la de sus familias requieren de reciprocidad constante para asegurar la productividad. Esto es inevitable.
Cámara apagada. Durante las reuniones se solicita encender la cámara web: cuanto más «conectados» estén los participantes, mayor será su protagonismo. Paradójicamente, no faltan los que reclaman ―incluso legalmente― que esa práctica atenta contra su privacidad.
Dos pantallas. ¿Puede una persona participar activamente en una reunión virtual atendiendo dos pantallas o más? Algunos usan los audífonos de su celular y silencian el micrófono de su computadora: ¿se «distancian» del tema en discusión?, ¿sufren de exceso de carga de trabajo?
Susceptibilidad. La empresa procura mejorar las mediciones de la eficiencia en el uso del tiempo y los recursos, su eficacia para alcanzar las metas. Esto desemboca en molestia, indisposición, sensación de pérdida de la confianza, exceso de control: ¡trabajadores dando el mínimo esfuerzo!
Confort. Se atiende la solicitud de los colaboradores de capacitarse virtualmente. Ahora aflora la respuesta contradictoria de algunos. Alegan falta de tiempo para cumplir con la tarea principal por tener que aplicar lo aprendido: requisito indispensable para que los equipos prosperen.
Desligamiento. Una dirección enfocada en resultados es esencial en el teletrabajo. Esto es bien «aprovechado» por los «eficientes». Varios de ellos dedicarán el tiempo «sobrante» a otros negocios y actividades. Verán crecer sus ingresos, pero a su empresa la verán como «una más».
Rigidez. Hay compañías que necesitan con urgencia liquidez, reinventar su modelo de negocios… sobrevivir. La «nota discordante» es que en estas haya quienes ―aduciendo falta de tiempo― ni asuman otros roles, ni se involucren en mesas virtuales de innovación, ni aporten ideas.
Exigencias. Cuando se instauró el teletrabajo, a raíz de la pandemia, el valor de estar en casa junto a la familia era imponderable. Luego, situaciones como el aumento en el consumo eléctrico, por ejemplo, provocaron exigencias relacionadas con pagos y condiciones especiales.
Desalineación. «Tengo tantos meses de no ir a la oficina y de no ver personalmente a mis compañeros que ya casi no me siento parte de la empresa», reveló un ejecutivo. Aquí el riesgo estriba en que se borre la frontera que distingue la modalidad de teletrabajo de la de outsourcing.
La lista podría ser extensa. Lo que no debería extenderse es la inacción ante estos síntomas. La responsabilidad no recae solamente sobre los jefes. Ser miembro de una empresa, al margen de posiciones, implica ser consciente de cómo podría afectarla cada actitud. El teletrabajo es una experiencia nueva para todos, un aprendizaje a marcha forzada. Requiere pausas periódicas para analizar la mejor manera de abonar a la esencia de un equipo: el sentimiento de pertenencia.