¿Qué caracteriza a los líderes que conducen a sus equipos a nuevos puertos sin caer en el ofuscamiento, la crisis y la lucha de poder? Al respecto, en la literatura gerencial y en las aulas universitarias, se analizan valiosos modelos; pero es de la cotidianidad empresarial de donde rescatamos cuatro sencillas lecciones acerca del liderazgo en la gestión del cambio.
A. Sabia prudencia. Reconociendo que no existen verdades absolutas, un líder pone en duda sus propias ideas; incluso, para enriquecerlas, y, si fuera del caso, para modificarlas, las somete al juicio del equipo. No cree en rumores ni en presunciones, corrobora los hechos antes de decidir. No se aferra a una idea −independientemente de quien la haya generado− la verifica. «Cuando hayas observado y analizado detenidamente una cosa, que esté de acuerdo con la razón y beneficie a uno y a todos, entonces acéptala y vive conforme a ella», sugiere Buda.
B. Sabia intención. La autenticidad de las buenas intenciones genera adeptos al cambio. Ante la duda o la incomprensión de la naturaleza o esencia de este, las personas siguen a quienes inspiran propósitos y valores afines a los suyos. Si el fin perseguido es elevado, abrazará la voluntad y encenderá la pasión, aun la de algunos incrédulos. Las grandes transformaciones nacen de voluntades férreas, enlazadas por un sueño cuya cuna es una finalidad superior.
C. Sabia perseverancia. Un propósito de valor, construido con la prudencia de hacerlo colectivo, se abre paso con el coraje y la intrepidez. Las personas resilientes atraen, son imanes de los anhelos del equipo. Con peculiar entusiasmo, inspiran el logro de metas trascendentes, pese a los contratiempos encontrados en el camino. Bien dice Vince Lombardi: «La diferencia entre una persona exitosa y otras no es la falta de fortaleza ni de conocimientos, es la falta de deseo y determinación». Las empresas y causas que trascienden son guiadas por mentes inclaudicables.
D. Sabia flexibilidad. Liderazgo es adaptabilidad, es saber renunciar a los apegos paralizantes: el poder, el ego desmesurado y la arrogancia de creerse dueño de la verdad. Es tener clara conciencia de las fronteras del conocimiento y dominio propio de las realidades. No es ser laxos, ni manipulables, tampoco caer en el uso de la fuerza para imponer creencias obsoletas.
En la flexibilidad surge la innovación, se reduce la resistencia al cambio y se abre la mente a nuevas formas de alcanzar los propósitos. Los verdaderos líderes saben que en ocasiones no son los demás, sino ellos mismos quienes deben cambiar para que todo cambie. «Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos», nos advierte, con conocimiento de causa, el psiquiatra vienés Viktor Frankl.
El cambio «cambia» a las personas que lo lideran. Si las cualidades descritas conviven en ellas, crecen en sabiduría y, con ello, como personas: asumen retos cada vez mayores y hasta podrían guiar organizaciones o naciones en las que el miedo al cambio ha construido su refugio. ¿Le gustaría saber si usted se ha transformado? Siga el consejo de Nelson Mandela: «No hay nada como volver a un lugar que permanece sin cambios para descubrir cuánto has cambiado tú».