Sin zapatos, caminando sobre vidrios

¿Invierte usted energía resguardándose de quienes, es sabido, desean ocasionarle problemas? ¿Siente que, sin importar cuán bien desempeñe su labor, hay «francotiradores» ocultos apuntándole? ¿Percibe que es riesgoso opinar en forma directa, honesta y adecuada, pues quien se dé por aludido rápidamente se convertirá en su enemigo? Eso pasa. ¡Qué pereza! ¿Verdad?

Revisemos cinco de las razones por las cuales alguien corre el riesgo de «ser herido», sin que para ello medie otro motivo que realizar su trabajo en forma extraordinaria. ¡Sí, parece inverosímil!

Bajo desempeño. El profesionalismo, los resultados extraordinarios, crecientes y sostenibles no siempre forman parte de la esencia misma de una cultura organizacional: quien se atreva a actuar por encima del promedio evidenciará la mediocridad de algunos que no estarán dispuestos a tolerarlo. Las trabas, el tortuguismo y, por supuesto, la desacreditación son vidrios punzantes.

Cultura sin propósito. No existe un verdadero anhelo compartido, un ikigai que líe voluntades y desplace las diferencias personales o funcionales. Cada cual hace su labor, pero sin un sentido de transcendencia en la comunidad. En consecuencia, el que ose cuestionar esa falta de dirección e impacto pisará zonas de confort ajenas y se expondrá a la sanción del «monstruo colectivo».

Juegos de poder. Pese a la elegante y gloriosa declaración de la misión y visión que ostentan, en la cotidianidad, prevalecen la repartición de lealtades, los grupos de influencia, «los amigos de aquel», «los leales a aquella», etc. Ejecutar bien el trabajo podría atentar contra territorios donde una persona con alta dosis de ego demanda obediencia, silencio y alineamiento absolutos.

Envidia. Alguien es o hace lo que otros desean ser o hacer, y no pueden, así de simple. Esos otros optan por el camino sencillo: denigrar, difundir mentiras y restar méritos. Atribuir a otros el propio y negativo sentir (proyección) tiene laberintos sofisticados en la mente de los que, al tener apagada su luz interior, ni siquiera analizan qué tienen que ver los demás con sus propios miedos.

Peligro percibido. Los atrincherados en el conformismo rivalizan con los que —gracias a su implacable trabajo— gozan de la preferencia de jefes, clientes y otros miembros de la empresa. Los perciben como sus inminentes sucesores y, por lo tanto, caen en la bajeza de boicotearlos, incluso mediante la agresión anónima. Los chismes encuentran terreno fértil en estas personas.

¿Qué hacer? Muy poco, lamentablemente. Si los que colocan los vidrios tienen poder o son cercanos a los que lo poseen, el futuro será incierto, porque la maldad suele carecer de límites.
Una opción es “calzar zapatos de suela ancha y resistente” para caminar siempre con actitud profesional, mirar hacia arriba pese al juego bajo, eludir los vidrios punzocortantes cuando sea posible y, poco a poco, reparando más en los actos que en las palabras, descifrar quién es quién.

Los principios éticos no se negocian, son inclaudicables. La sabiduría permite distinguir el momento en el que sea mejor cambiar la ruta hacia terrenos donde, si bien puede haber piedras, lo cierto es que estas al menos serán visibles: retarán de frente, mas no herirán por debajo…

2 Responses

  1. Victor Manuel Matos Mendoza dice:

    muy importantes reflexiones

  2. Alejandro Halsband dice:

    Un excelente y acertado artículo.

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