Nuestra interpretación de lo que acontece afuera influye en las acciones que emprendemos. Los sentidos nos permiten percibir hechos; el procesamiento mental o emocional de estos, generar decisiones y obtener resultados. Analizar y comprender cómo percibimos mejora nuestro juicio.
Las organizaciones modernas anhelan contar con colaboradores altamente comprometidos, proactivos, empoderados y motivados; es bien sabido que, en tales condiciones, la productividad aumenta y la cultura interna es más sostenible. El desafío es encontrar la manera de lograrlo.
¡Percepciones! Lo que sucede en el interior de las empresas es, en parte, producto de las decisiones de sus líderes y miembros. Ellos miran situaciones y acuden a su forma de pensar —a su software o arsenal mental— para procesarlas, luego cosechan buenos o malos frutos. O sea, que lo «real» tiene dos componentes: lo que se capta y cómo se lo interpreta.
Si se establecen metas al inicio de un nuevo periodo de gestión, por ejemplo, los encargados de implementar estrategias para alcanzarlas requerirán revisar críticamente los conceptos que guían sus actos. De la calidad de su pensamiento dependerá la ejecución de estas y el ambiente laboral.
Ningún ser humano quiere sentirse algo, sino alguien. Los que conforman una organización buscan constatar que lo que realizan guarda alto sentido y valor para sus vidas y la comunidad, conectarse por ideales superiores, crear buenas relaciones interpersonales, respirar atmósferas impregnadas de valores. ¿Conoce empresas así? Tienen rostro humano, se centran en la persona.
Un primer gran paso en esa dirección es que cada miembro empiece por sí mismo. Es esencial que revise una multiplicidad de aspectos: la calidad de su pensamiento, sus principios básicos, su autogestión consciente, su propósito de vida, su percepción de los demás… sus interpretaciones.
En las organizaciones realmente «humanas» no faltan ni las tensiones ni los conflictos. Lo que las distingue es que basan sus soluciones en el respeto, en la lealtad y en el diálogo franco. Este último coopera a enriquecer la diversidad de las interpretaciones colectivas respecto a un hecho.
Hay todo un abanico de posibilidades para que cada persona contribuya a la mejora de su empresa, al bienestar de su equipo: tomar conciencia de que sus conductas suman o restan a sus vínculos, trabajar en su inteligencia emocional, potenciar su resiliencia, intensificar su ecuanimidad, entrenar su habilidad para lidiar con la presión, practicar la solidaridad y la empatía.
Que hagamos interpretaciones impropias implica también hacernos cargo de sus consecuencias: decisiones sesgadas, sentimientos perturbadores, entre otras. Lo contrario ocurre cuando valoramos y reflexionamos las situaciones antes de reaccionar frente a una «realidad aparente».
Pensemos en nuestro modo de pensar. Si este impacta la vida de otras personas, que las inspire a ayudar, a crear, a ser extraordinarias. Mantengamos ese primer paso de mejorar las interpretaciones durante al menos doce meses y, sin duda, forjaremos un mejor año para todos.