¿Qué lo «motiva» más al ser parte de una organización? ¿El sentido de relevancia de la tarea? ¿Sentirse valorado como persona? ¿Saberse conectado con seres de intensa calidez humana? ¿Disfrutar el reto de convertir compromisos en resultados? Dicho de otro modo, ¿quién es capaz de inspirarle esa conexión entre sus anhelos y la empresa? ¿Usted mismo, su jefe, otros?
Cuando el entorno se complica, las presiones ejercidas sobre las personas aumentan al extremo de causar estragos en su salud mental, su desempeño laboral y hasta en su bienestar físico. En el seno familiar, no es extraño que uno de sus integrantes confiese sentirse exhausto, sin fuerzas, desconcentrado y emocionalmente alejado de su trabajo y de sus colegas. ¡Señales de alerta!
En contextos así, los líderes tienen una doble responsabilidad: cuidar de sí mismos y de los miembros de su equipo. Tomar conciencia de su poder para impactar positivamente el clima organizacional. Hay palabras, gestos y decisiones que suman o restan a la calidad de vida laboral.
Es casi una constante, ante situaciones de sobrecarga laboral, la tolerancia y el efecto de los motivantes discursos previos pueden resquebrajarse. El irrespeto y la desmesura en el ejercicio del poder riñen con los nobles esfuerzos de los colaboradores por realizar una labor significativa, por vivir una experiencia laboral grata y enriquecedora en un ambiente psicológicamente seguro.
Las curvas no son el final del camino, a menos que no viremos en estas. Con frecuencia, los analistas de la cultura organizacional advierten a quienes dirigen personas los riesgos que corren al no fijar la mirada en sí mismos, en su interior… Los instan a profundizar en el autoconocimiento.
Es una mirada para reconectarse con sus principios éticos, con sus sentimientos más hondos. Las tareas diarias requieren una inversión considerable de tiempo y energía. Y aunque se miden en función de los resultados, bien podrían maquillar la inconsciencia de lo que provocan en otros.
En tiempos difíciles, inspira más la sabiduría que los conocimientos. Los colaboradores confían más en compañeros y jefes ecuánimes y sensatos: ejemplos vivos de la adecuada gestión de sí mismos. Admiran a quienes consiguen los resultados sin atropellar su inalienable dignidad.
Las empresas con visión humanista del trabajo se aferran a un propósito trascendente, una especie de imán que conecta a sus miembros. La solidez de su cultura corporativa es más poderosa que la de sus estrategias de negocio de corto plazo y que sus sistemas de incentivos materiales. Las conductas de sus integrantes están alineadas con sus principios éticos.
La fuerza auténtica y perdurable estriba en la nobleza de corazón de cada persona, en la capacidad que tenga para autogestionarse, en su actuar recto y responsable. Un líder trascendente es equilibrado, sabe conectarse primero consigo mismo y luego con los demás.
En tiempos difíciles, volvemos la mirada hacia nuestro interior; quizás sea una oportunidad para comprender que mucho de lo que nos sucede afuera nace adentro. ¡Trabajemos en nosotros!