Todo parece ir bien, se hacen planes, se disfruta el momento presente con plenitud y se percibe calma dentro y fuera de nosotros. De repente, sin aviso, el dolor se asoma, crece hasta volverse inaguantable; la alarma se enciende, la duda ataca y el médico te indica: «¡Corré para el hospital más cercano, te espera un proceso tan tormentoso que ni lo imaginás!»
El galeno tenía razón, el tratamiento era tan o más doloroso que los síntomas, no quedaba alternativa: fluir y soportar con la esperanza de que los minutos transcurrieran. Horas después, la anestesia hacía su efecto. Los diagnósticos ayudan a que los especialistas mediquen, a que, duela lo que duela, hagan lo que corresponda. Al paciente le resta aceptar la vulnerabilidad, el momento, la realidad y el procedimiento; resistirse aumentaría el trauma y los riesgos…
La disciplina, la paciencia, el tiempo y la aceptación de ayuda aceleran la curación. Fluir, ¡sí, fluir con la realidad es la clave!; pero no confundamos eso con resignación, pues esta es de orientación pasiva, es casi una renuncia a la responsabilidad de actuar para recuperar la salud.
¿Estamos describiendo un contratiempo de salud personal? Pues sí, aunque curiosamente las organizaciones también se enferman y estos, entre muchos otros, pueden ser algunos de sus síntomas: productividad decreciente, relaciones cada vez más tensas entre áreas y personas, corrupción abierta o solapada, ambiente de poca confianza, fuertes «dolores» en la dignidad de ciertos miembros, crisis laborales crecientes, pérdida de mística y colaboradores decepcionados.
La arrogancia, las injusticias, la represión selectiva, las sanciones basadas en rumores, así como la evasión de responsabilidad son estilos propios de quienes −con intereses personales y sin liderazgo− pretenden mantenerse en el poder dejando de lado el sufrimiento que infligen a las personas que dirigen. Estamos describiendo sistemas con síntomas no positivos en la gestión, los cuales, con el tiempo, desencadenan «enfermedades crónicas» en el sistema organizacional.
Si empresas así no cambian, entonces, quienes deben hacerlo son sus miembros, preparándose para sobrellevar los padecimientos que las afectan. ¿De qué manera? Considere estos pasos: 1) evalúe si sus valores personales son aún compatibles con la realidad interna que observa; 2) decida si quiere quedarse a bordo o buscar nuevos destinos; 3) acepte las consecuencias de cualquiera de esas decisiones; al final, en las dos habrá dolor, dudas, desapegos y necesidad de «medicina emocional» para continuar por el camino de la realización personal. Eso sí, nada debe pesar tanto como su loable propósito de vida.
Al igual que en el hospital, conviene ser realistas y admitir que nunca se tiene todo el control, que ante la vulnerabilidad aflora la humildad de buscar ayuda, de dejarse guiar por expertos y de estar dispuestos a resistir fuertes, pero pasajeras, molestias: «pase lo que pase, todo pasa», aseguran los perseverantes. En las empresas, las enfermedades y las personas malintencionadas suelen surgir sin aviso, ignorarlas no cura sus efectos; tomar conciencia y actuar… ¡sí! La adaptabilidad es la ruta para transitar por los momentos difíciles, de estos salimos fortalecidos, conscientes y apreciando a la gente valiosa que nos ayuda a ir más allá y a seguir avanzando.